COINCIDO CON EL PAPA FRANCISCO. Olga Lucia Álvarez Benjumea ARCWP


Como presbítera y obispa, he seguido los comentarios y reflexiones de nuestro hermano, el Papa Francisco, y de este seguimiento encuentro que estoy muy de acuerdo con él.
¿Por qué? Cuando habla del peligro de clericalizar a las mujeres, constato que tiene una conciencia clara sobre el clericalismo, que se ha vivido tanto entre el clero masculino, y que de  algún modo es una trampa que ya está acechando y de hecho produciéndose entre las mujeres, clérigos femeninos que van surgiendo.
Se nota a la legua el afán de emular y repetir viejas costumbres, ya existentes entre los clérigos ordenados de género masculino: los ornamentos suelen ser, aunque hay honrosas excepciones, bastante costosos, los anillos más “hermosos” y todo ello sin vergüenza alguna. También las mujeres tienen esa tendencia a llevar cruces grandes, anillos brillantes que tratan de mostrar como signos de su alto estatus y que frecuentemente se nos muestran colocando la mano a la altura de la cintura, como cualquier monseñor… Digamos que hay un intento frecuente de exhibir y de exhibirse.
Francisco nos habla de una Iglesia en salida de puertas abiertas. Pero, si no lo hacemos nosotras mismas, si esperamos que la gente venga a nosotros, somos nosotras mismas las que nos estamos cerrando las puertas e impulsando y convirtiendo la fe en una institución poderosa que considera que todo lo puede arreglar haciendo únicamente caridad, perdiéndose la bella misión de anunciar la Buena Nueva, que nos libera y empodera como hijas/os de Dios, sin someter y aplastar a nadie.
El diaconado, un ministerio por excelencia, un ministerio de disponibilidad y servicio, ha sido considerado únicamente como el paso previo para alcanzar y acceder al presbiterado, dejando en el olvido la esencia inherente al mismo.
¿Cómo podemos hacer una Iglesia de puertas abiertas? No haciendo templos, y menos para que los fieles los sostengan.
Llegando y acercándonos al Pueblo de Dios, no solo para oírlo con mayor o menor interés, sino para escucharlo. Dándoles seguridad, ánimo, entusiasmo para que sea capaz de salir por sí mismo, sin complejos. Fue a través de esta pedagogía divina, que Jesús pudo hacer milagros, diciéndole a la gente: “tú puedes, levántate y anda”.
Es necesario y urgente desinstitucionalizar la Iglesia ya que al ser una institución como tal tiene atrapado el mensaje de salvación anunciado en el Evangelio. Lo tiene atrapado al darle más importancia a las normas, dogmas y cánones.
No nos hemos ordenado, para celebrar eucaristías entre nosotras mismas, encerradas en la clandestinidad, el ministerio hay que mostrarlo, darlo a conocer, sin miedo, sin vergüenza, con valentía, como un anuncio gozoso. ¿Si no lo hacemos así para que nos ordenamos para ser iguales a los varones y soñar con grandes parroquias? Estoy de acuerdo con Benedicto XVI quien ha profetizado que la Iglesia será cada vez más pequeña.
Nuestro ministerio no es ser igual a los varones. Pedimos igualdad, respeto, valoración y reconocimiento dentro de la Iglesia, pero no esa igualdad que nos empuja a olvidar y perder nuestra dignidad.
Seamos modestas y sencillas, no causemos escándalo, que nuestra Pastoral humana se vea, como dice un adagio chino: “lo que se oye se olvida, lo que se ve lo recuerdo y lo que hago lo sé”.
Amén.
Envigado, agosto 7/24

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