Tanques de agua potable colocados en barrios del sector popular.
Olga Lucia Álvarez
Benjumea ARCWP.
"Mi barrio tiene su historia. Aquí llegamos
cuando no había sino pura mata de monte y una vista muy hermosa sobre la
ciudad.
Las familias venidas del campo, casi todas por
desplazamiento a causa de la violencia.
Nos conocemos todos, es como si las
circunstancias de la vida estuviéramos todo reseñados por un mismo ADN, lo que
hace que seamos muy solidarios los unos con los otros".
Con mucho entusiasmo así iniciamos la
conversación con nuestra amiga Mariana.
Tiene su casita “a media caña”, como dicen por
ahí. Es viuda, sus hijos todos ya grandes, vive con 2 de ellos, los demás
casados, con sus obligaciones, pero no dejan de estar pendientes de ella y sus
medicinas.
No hay mucho que preguntarle, porque ella, como
buena conversadora va armando el tema de lo que quiere hablar y mostrar lo que
tiene y cómo vive.
Vive su pobreza con dignidad. Escucharla es
gozar de su sabiduría.
Me pregunta. “Cuando venías para acá, ¿alguien
te molestó? No, en absoluto. Fue mi respuesta. ¿Por qué? le pregunté.
Y me respondió, “no sé qué tanto te habrán
hablado de nuestro barrio, pero te voy a contar”.
"Empezamos construyendo nuestros ranchos, como
desperdicios de construcción, algunos vendieron sus lotes y ranchos. Nosotros
no, porque no teníamos para dónde irnos.
Aquí hay una estricta vigilancia organizada por
los jóvenes del barrio. Ellos vigilan los negocios, nuestras viviendas, claro, que
les pagamos una cuota bien sea semanal, mensual o anual. A ellos les llaman
paramilitares, se contó con el apoyo del gobierno para gestar dicha
organización.
Tu no ves un policía, ni vigilante uniformado,
pero todos sabemos quiénes son los que hacen la vigilancia y protección.
Quien no les pague y se atrase en la cuota, debe
salir del barrio.
A quien encuentren cometiendo algún delito, robo,
abuso sexual, irrespeto a un mayor. Ellos, le pasan la cuenta. Perturba la paz
en el Barrio, aquí no puede estar. No sabe vivir en la comunidad, es un peligro
para la comunidad. Ellos saben cómo hacer por la seguridad del barrio.
Tenemos de todo, una pequeña farmacia, tiendas de ropa, de
comida, cacharrería. Recién nos han
colocado el agua potable, en tanques que has podido ver en la calle, a eso le
llaman acueducto, pero de acueducto nada.
Parte de la subida al Barrio, esta sin asfaltar
y la calle es estrecha para el paso de 2 vehículos.
No tenemos Iglesia como tal, aunque hay muchas
iglesias evangélicas. El padre de la Iglesia viene con alguna frecuencia, no vive en el Barrio, solo viene cuando tiene pendiente alguna misa.
Cuando necesitamos ir a alguna cita médica o
hospital, nos toca desplazarnos hacia el Centro de Medellín, con mucho sacrificio,
porque ese día toca madrugar para no perder la cita médica o de control.
Tengo en la parte de atrás, algo de pancoger,
maíz, naranjas, mafafa (es una especia de papa, deliciosa), lulos, plátano,
cidra, caña de azúcar y algunos animales que andan por toda la casa sin corral: patos,
gallinas, pollitos, gato, conejo".
Me encantó esta historia, y más contada por una
mujer fundadora del Barrio. Nos reservamos su nombre, a fin de evitarle problemas.
Disfrutamos de excelente compañía, gozamos de
la vista de la ciudad y juntas almorzamos un delicioso sancocho, cuya víctima
fue un pato exquisito.
Ojalá en el resto de la ciudad, nos encontremos
con historias como estás, que suscitan al trabajo por la justicia, y la paz.
*Presbitera católica romana
Marzo 28/22
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