noviembre
8, 2019 josecarlos
Hay
algunas mujeres que quieren seguir al Señor, pero por interés. Recordemos a la
madre de Santiago y de Juan: “Señor, te quiero pedir que cuando partas la
torta, le des la parte más grande a mis dos hijos, uno a tu derecha y otro a tu
izquierda”.
Siempre
se dijo que la Iglesia convoca a través de la palabra y de los sacramentos,
pero rara vez será una celebración litúrgica de los ricos la que convoque
espontáneamente a los pobres y sin embargo, lo contrario si ocurre.
La
raíz de la capacidad de convocatoria reside en que para los pobres, la liturgia
y la palabra tienen la capacidad de evocar el origen de la fe y generar su
misión correcta.
La
iglesia de los pobres reconoce y admite que el obispo sea cabeza unificadora de
la diócesis y ejercite el ministerio de la unidad, pero ese ministerio es
realmente unificante cuando el obispo escucha la voz de su pueblo y este
reconoce en el obispo su propia voz y ve en él al buen pastor que está
dispuesto a dar a su vida por las ovejas, al contrario de lo que hacen muchos
jerarcas de la Iglesia, que sólo están dispuestos a trasquilarlas y a
ordeñarlas.
No
es el caso de esta obispa colombiana. Olga Lucía Álvarez Benjumea es una mujer
que me recuerda al Jesús de los Evangelios. Una mujer entregada a las
circunstancias vitales de los demás. Sigue el ejemplo de María, la madre de
Jesús, que sale corriendo, llevándolo en su vientre, a compartirlo con su
prima, pasando por terrenos peligrosos y María de Magdala, que también tiene prisa
por llevar el anuncio, que Jesús, el Resucitado, le entregó para que lo llevara
a sus amigos en Galilea.
Olga
Lucía Álvarez Benjumea, una mujer de 78 años, aprendió en su hogar, con sus
padres, a cultivar la fe y los valores cristianos, como ella misma describió en
una carta que envió hace un año al papa Francisco. La Obispa quiere una sola
cosa: que los jerarcas de la Iglesia Católica anulen la norma por la cual solo
los hombres pueden ser ordenados como sacerdotes (Canon 1024): “El 8 de
diciembre de 1965, durante el Concilio Vaticano II, en el discurso de Clausura,
la voz de Pablo VI se dejó oír diciendo: “Ha llegado la hora en que la vocación
de la mujer se cumpla en plenitud, la hora en que la mujer adquiera en el mundo
una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado.”
Olga
Lucía tiene un tono de voz recio, de matrona antioqueña dispuesta a romper con
tradiciones que para las mujeres, son cadenas. Una obispa fuerte, alegre y
cercana, con convicción íntima de que han de cambiarse muchas cosas en la Iglesia
y una de las principales es liberar las conciencias de las gentes y liberarlas
de tanto temor inoculado en ellas por siglos. Trabajó en la oficina de Monseñor
Gerardo Valencia Cano, como su secretaria, en Buenaventura y éste se
convertiría en su maestro: “Nunca le vi mitra, báculo, ni color morado…” “Él
fue el que me enseñó, me formó, me cuestionó, me impulsó al servicio de los más
necesitados, en la Iglesia Pueblo de Dios”. “El que decidiera no llevar
vestimentas diferentes, o clericales, no le hizo perder su dignidad, y
autoridad como pastor. Toda la gente del Puerto de Buenaventura le quería, con
todas sus veredas incluidas, a todos nos dejó, impresa la huella de cómo es el
sentir y vivir el compromiso con la Iglesia y desde ella”
Afirmaba
esta obispa en una entrevista: “Voy a pie, en bus, en el Metro, o en el
Transmilenio (Bogotá). No tengo guardaespaldas.”
“Necesitamos
curas, sí, pero diferentes de ellos”. “Muy fácil ser cura, cuando sólo buscan
el poder y que les rindan pleitesía”
Cierto
Olga “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres
de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez
gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.” (GS n1)
Por el momento, es la Iglesia de Base y las mujeres como tú, quienes ponéis
todo esto en práctica. La jerarquía se limita a dar consejos sobre el
particular, a conservar y guardar celosamente sus tesoros, y a luchar por las
prebendas, a elaborar documentos que establecen normas y más normas, que al
final deben ser cumplidas por el Pueblo de Dios, sobre todo por los laicos a
los que se hace eternamente dependientes mediante una colonización de sus
conciencias.
“No
hay en Cristo y en la Iglesia ninguna desigualdad por razón de la raza o de la
nacionalidad, de la condición social o del sexo” (LG. 32, b).
Lo
necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios, y lo débil del mundo
escogió Dios, para avergonzar a los fuertes;” (1 Corintios 1:27).
Uno
de los versículos más alentadores de la Biblia está en 2 Corintios 4:7: “Pero
tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de
Dios y no de nosotros.” Luego, Pablo procede a describir esas vasijas de barro,
hombres que están muriendo, atribulados en todo, perplejos, perseguidos,
derribados. Y aunque nunca abandonados ni desesperados, esos hombres y mujeres
como tú, sois usados por Dios y estáis constantemente llevando la carga en
vuestros cuerpos humanos, esperando ansiosamente ser revestidos con un cuerpo
nuevo.
Dios
se burla del poder del hombre. Él se ríe de nuestros esfuerzos ególatras de ser
buenos. Él nunca usa al grandioso ni al poderoso, sino que usa a las cosas
débiles de este mundo para confundir a los sabios. Soy consciente de que Dios
está usando a esta mujer, situada en la periferia y vinculada con muchas causas
donde los pobres son el referente y el centro de su actividad.
Dios
todavía eligiendo al débil para revelar su fuerza.
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