El gángster que dice haber envenenado a Juan Pablo I desafió a Clarín: “Desentierre el cuerpo y encontrará rastros del veneno”

Anthony Raimondi, quien se dice sobrino del mítico Lucky Luciano, cuenta una particular versión de lo que ocurrió con el pontífice, muerto en 1978.

Anthony Luciano Raimondi, el gángster que escribió un libro para contar que él participó en el "envenenamiento" de Juan Pablo I./Foto: mileschristi.blogspot
“Desentierre el cuerpo de Juan Pablo I y encontrará rastros del veneno”, desafía a Clarín desde Nueva York Anthony Salvatore Luciano Raimondi, un ex gángster de familia siciliana que acaba de revelar que participó en el asesinato de Albino Luciani, el pontífice que murió el 28 de septiembre de 1978, apenas 34 días después de haber sido elegido papa, en forma repentina y alimentando, desde entonces, morbosas especulaciones sobre su muerte.
Según el certificado de defunción que el médico papal Renato Buzzonetti firmó al día siguiente, papa Luciani “murió en el Palacio Apostólico Vaticano el 28 de septiembre de 1978 a las 23 horas de ‘muerte improvisa - de infarto de miocardio agudo’”.
Pero Anthony Raimondi, de 66 años, la misma edad que estaba por cumplir Juan Pablo I cuando murió, dice que hubo un plan para asesinar a Juan Pablo I del cual él habría formado parte.
En el libro When the Bullet Hits the Bone (Cuando la bala da en el hueso), Raimondi cuenta que papa Luciani fue asesinado porque había descubierto un red delictiva de miembros del Vaticano, integrada por curas, obispos y cardenales -algunos, según él, primos suyos-, que estafaban con acciones falsas de grandes compañías. “Juan Pablo I dijo que iba a excomulgar y a denunciar a todos los que estuvieran involucrados en el fraude”, cuenta Raimondi, quien dice que fue un primo suyo, monseñor Paul Marcinkus, por entonces presidente del Banco Vaticano, la mano asesina que envenenó al papa.
La muerte de Juan Pablo I, Luciani Tancon, yace muerto en su catafalco.
La muerte de Juan Pablo I, Luciani Tancon, yace muerto en su catafalco.
El interés por sus memorias, que generan tanto magnetismo como escepticismo, motivó la aparición de una serie en podcast, The Enforcer (El ejecutor), que ya lleva seis capítulos en los que Raimondi profundiza lo que cuenta en el libro.
Se define sobrino del mítico mafioso Lucky Luciano y asegura haber sido parte del legendario clan Colombo, reyes de la Cosa Nostra en Nueva York en los años ’70 y ’80. Su celular figura en una página web, Gangster Cigars, que vende online cigarros de Cuba bautizados con nombres de famosos bandidos del hampa y asegura que se decidió a hablar porque su vida cambió cuando se enfermó de cáncer.
“Estuve en Italia cuando tenía 9 años, cuando mi tío Lucky (Luciano) murió, en 1962. Murió en Nápoles, de un ataque al corazón. Mi padre estaba considerando regresar a vivir a Italia pero mi madre no quería volver. Mi padre, algunos tíos y yo estuvimos en Italia entonces -cuenta desde Brooklyn-. Volví a Estados Unidos, tuve algunos problemas con la policía en Nueva York, luego me uní a los Marines, estuve en Vietnam y cuando volví a casa, mi primo Luigi Raimondi, que estaba en el Vaticano, me llamó. Vino a verme y me contó el negocio que tenían con las acciones.” Según su relato, desde el Vaticano le llegaba una caja con acciones falsas cada dos o tres semanas. “Con mis contactos las colocaba en Chicago, en Nueva Jersey y luego les mandaba el dinero al Vaticano”, le dice a Clarín.
Paul Marcinkus./ Archivo
Paul Marcinkus./ Archivo
“Unos años después, Paulo VI murió y ellos tuvieron una reunión con Juan Pablo I, quien les dijo que los iba a excomulgar y a denunciar a todos los que estuvieran involucrados en el fraude -cuenta-. Entonces llamaron a mi abuelo, Antonio Raimondi, un jefe de la mafia en Sicilia. Mi abuelo me pidió que fuera al Vaticano con una advertencia: había que deshacerse del papa pero en paz, sin violencia.” Raimondi habla rápido y reconstruye escenas detalladamente: “Una vez allí les dije cómo hacerlo. El papa tomaba un té todos los días, antes de irse a dormir. ‘Pongan valium en su té’, les dije. Marcinkus lo hizo. Luego, cuando el papa estaba bien dormido, cargó un gotero con cianuro, se lo apoyó en los labios y lo vació. Yo no quise estar en la habitación en ese momento”.
-¿Usted puede probar lo que cuenta en su libro?  ¿Guardó pruebas o documentos?
-No teníamos ni debíamos dejar ningún documento, ningún papel. Seamos serios. La única prueba es que si usted desentierra ese cuerpo y le hace pruebas, lo encontrará. Encontrará el veneno. Se me dijo que debía ir allá y fui. No hubo un contrato en el que figurara qué tenía que hacer. Tampoco se sacaron fotos. Lo dije antes y lo digo ahora: si alguien de afuera del Vaticano, no de dentro, realiza una autopsia como debe ser hecha, en los tejidos y en los huesos, seguramente encontrará algo.
Portada de libro When the Bullet Hits the Bone (Cuando la bala da en el hueso).
Portada de libro When the Bullet Hits the Bone (Cuando la bala da en el hueso).
-Pero en la autopsia no figura que se hayan encontrado rastros de envenenamiento. ¿Pudo haber habido encubrimiento?
-Al papa sólo lo podían tocar quienes estuvieran en el Vaticano. Tocar al papa es como tocar a Dios. Cuando hicieron la autopsia, ¿buscaron veneno? No lo sabemos. Tal vez alguien pudo haber encontrado restos, los pudo haber descartado y pudo haber dicho: “Esto nunca estuvo aquí”.
-¿Se cruzó alguna vez con papa Luciani?
-No. Pero llegó luego Juan Pablo II y me dijeron que también íbamos a tener que eliminarlo. Les dije: “Son unos locos de mierda. ¿Se van a dedicar a matar papas?” Raimondi se apasiona cuando cuenta su historia: “Volví a viajar en un jet privado al Vaticano. Me alojaron y me ofrecían lo que quisiera: mujeres, drogas, lujo. Ellos también lo tenían. Juan Pablo II sabía que habían matado a Juan Pablo I y dijo: ‘Todo lo que haya sucedido antes de mi papado, será olvidado. Mi preocupación es de ahora en más’. Por eso se salvó. Me dijeron, pero esto no sé si es cierto, que Paulo VI estaba al tanto del fraude.”
Imagen de 1989. El Papa Juan Pablo II junto al arzobispo Paul Marcinkus./ AP ARCHIVO.
Imagen de 1989. El Papa Juan Pablo II junto al arzobispo Paul Marcinkus./ AP ARCHIVO.
-¿Recibió algún tipo de compensación por ser parte del plan?
-No. Yo era parte del fraude con las acciones que colocaba entre Nueva York, Chicago y Nueva Jersey e hicimos mucho dinero con eso. “Hiciste fortuna con ellos, debes ir”, fue lo que me dijo mi abuelo. Fíjese lo que le digo: el Vaticano tiene la mayor cartera de acciones del mundo, es quien más bienes inmobiliarios tiene y la mayor colección de pornografía. Se suponía que estos hombres eran curas, obispos, cardenales. Se daban todos los gustos. Tenían autos, mujeres. Yo salí con ellos. Todavía me quedan dos primos que trabajan en el Vaticano pero no estoy en contacto con ellos.
-¿Fue el único testigo?
-No. Estaban todos los curas y cardenales. Todo el mundo sabía lo que iba a suceder y supo lo que pasó esa noche. Todo el mundo estaba listo.
-Después de que se publicó su libro, ¿alguien del Vaticano o de la familia de Luciani lo contactó?
-No. Nadie. El Vaticano dice que no es verdad lo que digo. Exhumen ese cuerpo y hallarán rastros de veneno.
-¿Es usted religioso?
-Sí, lo soy. Me dijeron que si Dios no lo hubiera querido, no lo hubiéramos podido hacer. Decían que Dios quería eso. Yo no lo entendía. Me dijeron que cuando murieran y fueran llevados ante Dios, dirían que asesinaron al papa pero que no sufrió. Y que yo había sido sólo testigo y que, de ese modo, no iríamos al infierno. Yo pensaba que estaban totalmente locos.
-¿Se arrepiente?
-De algún modo, sí. Lamento lo que le sucedió al papa y lamento haber estado ahí. Pero tuve que ir. No tenía opción. Si no hubiera ido, me habrían matado.

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