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Sarayaku, una isla de resistencia en medio de la selva amazónica

La principal amenaza del pueblo kichwa de Sarayaku son las petroleras, madereras y mineras, con las que el gobierno ecuatoriano se ha aliado, lo que supone una constante amenaza
“Hay momentos en que nos sentimos solos, cansados, agobiados en la defensa de la naturaleza”
“Todos somos responsables de cuidar de la vida en el Planeta”, reconociendo la importancia de que la Iglesia católica se haya sumado a esta lucha, pidiéndola que “hable en diferentes lugares del mundo para que nuestras propuestas sean acogidas”
La falta de educación superior provoca la salida de los jóvenes de Sarayaku, aunque eso es en función de “la necesidad de prepararnos para defendernos”

La principal amenaza del pueblo kichwa de Sarayaku son las petroleras, madereras y mineras, con las que el gobierno ecuatoriano se ha aliado, lo que supone una constante amenaza, a pesar de que en su día ganaron un juicio al gobierno que garantiza la soberanía de su territorio. Junto con esto, la contaminación, que acaba con la soberanía alimentar, supone otro serio problema, junto con la carretera, que Franco ve como “una puñalada por la espalda”, pues para el pueblo Sarayaku, “la naturaleza es una defensa para nosotros, una manifestación viva de Dios”, ya que ellos afirman que “hay problemas que nos han venido de fuera”.

En Ecuador, Sarayaku es conocido como ejemplo de lucha en la defensa de la selva, creando el año pasado el proyecto kawsak sacha, selva vivente, en una tentativa de sobrevivencia de la selva, donde todo tiene vida. Se trata de un territorio donde el 95% está ocupado por selva primaria, que quiere mantener el sumak kawsay, que se sustenta en el territorio, medio ambiente, política, economía y saberes. Hablar de selva viviente es reconocer que en ella “hay seres que nos protegen, que se relacionan con los sabios” afirma Félix Santi, que dice que lo que ellos piden es que “el territorio sea reconocido como ser vivo consciente, sujeto de derechos, reconociendo los derechos de la naturaleza”.
Él sostiene que “todos somos responsables de cuidar de la vida en el Planeta”, reconociendo la importancia de que la Iglesia católica se haya sumado a esta lucha, pidiéndola que “hable en diferentes lugares del mundo para que nuestras propuestas sean acogidas” y los gobiernos escuchen las propuestas de los pueblos indígenas. Por eso, destaca la importancia del Sínodo para la Amazonía, donde espera que “nuestras propuestas también lleguen y sembremos conciencia de cuidar a la Pacha Mama”, una esperanza que se basa en el hecho que la Iglesia se ha sumado a la lucha de los pueblos indígenas, superando los tiempos en que desvaloraba la cultura local.

La presencia eclesial en Sarayaku, donde la mayoría se declaran católicos, es a través de tres religiosas de la Congregación de las Misioneras de María Corredentora, llegadas en noviembre de 2017, y un sacerdote que va una vez al mes. Una de ellas, Rosa Elena Pico, destaca que están allí para acompañar, conocer su cultura y compartir la vida. Al hablar del Sínodo para la Amazonía, pide a los padres sinodales que se acuerden de la Amazonía y de sus pueblos, una región donde faltan misioneros. Del pueblo, que reconoce que las acoge y participa de la vida de la Iglesia, señala que ha aprendido “a amar la selva, a luchar por su protección, ellos están constantemente en intercambio con la naturaleza”.
Es necesario “educar a los niños en la preservación de los recursos”, afirma Romel Malaver, que se refiere a la Laudato Si, que nos hace ver que “somos parte de la naturaleza, que el Espíritu de Dios y de la naturaleza están ligados”. Por eso, el dirigente indígena pide “fomentar la educación tradicional para que nuestra vida sea más fácil”. Algo que también defiende Ilda Santi, que se siente llamada a “transmitir a los niños mi conocimiento ancestral”, sintiéndose preocupada por sus nietos, lo que la lleva a sentirse obligada a seguir resistiendo, para no volver más a los tiempos en los que los pueblos indígenas no eran tratados como seres humanos.

Uno de los catequistas de Sarayaku es Alfonso Tuji, que se ve como un servidor, un colaborador, viendo la necesidad “de misioneros que ayuden a los jóvenes para que crezcan como personas de bien”. Él prepara para los sacramentos y hace la celebración de la Palabra en lengua kichwa. En ese sentido, al ser cuestionado sobre la importancia de que los misioneros aprendan la lengua kichwa, una de las sugerencias que aparece en el Instrumentum Laboris del Sínodo para la Amazonía, lo ve como algo que ayudaría a “hacer celebraciones bien bonitas”. Pero los misioneros nunca han mostrado mucho interés en eso, de hecho el catequista señala que sólo uno, el Padre Timoteo Merino, aprendió la lengua y celebraba en ella.
La falta de educación superior provoca la salida de los jóvenes de Sarayaku, aunque eso es en función de “la necesidad de prepararnos para defendernos”, afirma Abigail Gualinga, quien ya ha vivido fuera de la comunidad durante años, pero que volvió, pues “aquí estamos libres, haces tu agenda”. Ella es consciente de que “todos nos sentimos responsables del cuidado de la naturaleza”, una lucha que, en su opinión, “ha dado frutos, otros pueblos se están uniendo a nuestra propuesta de kawsak sacha”. Ella, que conoce los dos mundos, se siente privilegiada, insistiendo en que la fuerza de su pueblo nace desde su propio nacimiento y que “unirnos nos da más fuerza para seguir resistiendo”.
El también joven Javier Cisneros, uno de los curacas (jefes), más jóvenes en la historia de Sarayaku, que ya vivió en El Puyo, capital de la provincia de Pastaza, durante un año, reconoce sentirse mucho más a gusto en el comunidad, donde “se respira aire puro y disfruto de la naturaleza”, fuente de fuerza junto con los antepasados.

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