Buenaventura se despide de quien se negó a ser "un perro mudo"

Por NATALIA ARENAS · 02 DE JULIO DE 2017



5732
1
En julio del 2015, Monseñor Héctor Epalza cumplió las bodas de oro como sacerdote de la Iglesia Católica. Con 75 años cumplidos, era el momento para dejar el cargo. El propio Papa Francisco le envió sus felicitaciones desde Roma, pero le pidió que se quedara un año más, porque aún no le había encontrado su reemplazo.
Esa decisión finalmente se tomó el viernes pasado cuando el Vaticano anunció que a partir de agosto, el nuevo obispo de Buenaventura será el padre Rubén Darío Jaramillo Montoya.
Con esa decisión, Monseñor Epalza se retira después de haber trabajado 13 años como obispo de Buenaventura. Fueron años en los que, a pesar de sus achaques de salud cada vez más pronunciados y el cansancio de sus 77 años, el Obispo no dejó de ser la voz de Buenaventura y un aliado estratégico de los movimientos sociales para que el resto del país conociera “la maldad”, como él mismo lo llamó, que concentra el principal puerto sobre el Pacífico.
“Fue una luz que no era tan intensa como para enceguecer pero tan cálida como para ayudar a ver con facilidad el camino. Fue un punto de referencia”, le dijo a La Silla Manuel González, miembro de la Pastoral Social de Buenaventura y uno de las personas que lo acompañó más de cerca en el puerto.
Aunque no es el primer obispo en el que Buenaventura confió su suerte, fue uno de los que entendió que “el contexto obliga”, como le dijo a La Silla un líder social del Proceso de Comunidades Negras que lo conoció de cerca.
Eso marcó una diferencia con los dos obispos que lo precedieron, Rigoberto Corredor Bermúdez y Heriberto Correa Yepes, que aunque trabajaron por la ciudad, no se ganaron como Epalza el corazón de los bonaverenses.
En cambio, su trabajo y sobre todo su sensibilidad con los más débiles, lo hizo parecerse al primer obispo de la ciudad, Monseñor Gerardo Valencia Cano, un personaje que en Buenaventura sigue siendo “irremplazable” y que se ganó el sobrenombre de “el Hermano Mayor” porque fue el primero que se preocupó por el pueblo de Buenaventura. De hecho, su muerte, en 1972, promovió la primera gran movilización de los bonaverenses en las calles de la ciudad.  
Pero mientras a ‘Monchito’ o el ‘obispo rojo’ se le recuerda por promover la educación en un puerto olvidado desde siempre por el Estado, a Monseñor Epalza se le recordará porque es “el obispo del pueblo”, un ‘pergamino’ que le entregaron varias organizaciones sociales de Buenaventura en 2015 por haberse atrevido a denunciar que, además del abandono, la ciudad estaba sumida en una espiral de violencia sin precedentes.

Las denuncias

Monseñor Héctor Epalza nació en Convención, Norte de Santander en junio de 1940 y aunque inicialmente soñó con ser militar, rápidamente empezó el camino para convertirse en cura. Empezó sus estudios en su natal Santander, en el Seminario Menor de Ocaña, pero a sus 25 años viajó a Cali para terminarlos en el seminario menor de la Arquidiócesis de Cali donde también hizo el ciclo institucional teológico-filosófico. 
Años más tarde, estudió Licenciatura en Misionología y Licenciatura en Historia de la Iglesia en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.
Llegó a Buenaventura como obispo -acatando la orden del Papa Juan Pablo II- en julio del 2004, cinco meses antes de que el Bloque Calima de las Autodefensas se desmovilizara parcialmente en Buga, Valle del Cauca. Parcialmente, porque como cuenta el Informe de Memoria Histórica del puerto, en los registros no quedó incluido el Frente Pacífico que era el que operaba en Buenaventura y cuya guerra con las Farc había dejado el saldo de 14.300 personas desplazadas, 384 homicidios y 63 desaparecidos -entre ellos 22 menores de edad- hasta junio del 2003.
Lo que vino después no fue nada parecido a la paz. Aunque cambiaron de nombre, Buenaventura quedó en medio de la tríada de guerrilla, paramilitares y desmovilizados que se disputaban el territorio.
El nuevo obispo casi que se tuvo que inaugurar en abril del 2005 con el sepelio de 12 jóvenes del Barrio Punta del Este que salieron a jugar fútbol y aparecieron días después con tiros de gracia, quemados con ácido y torturados cerca al aeropuerto.
Esa realidad lo cambió. Aunque desde que fue ordenado como sacerdote en 1965 en Cali había pasado por varias iglesias sobre todo en la capital del Valle, hasta entonces no había tenido que entregarse a sus feligreses como lo hizo en Buenaventura.
“No le había tocado algo tan fuerte. En Cali y en los otros sitios en donde estuvo la situación no era tan difícil”, cuenta el Padre John Reina, director de la Pastoral Social de Buenaventura y que ha estado al lado de Monseñor desde ese momento.  “Él decía constantemente que nosotros, los sacerdotes, no podemos ser indolentes y olvidar a los olvidados sino que tenemos que trabajar con los que los poderosos quieren olvidar”.
En octubre del 2006, el Obispo aprovechó la presencia del Presidente Álvaro Uribe en un consejo de seguridad en Buenaventura para denunciar lo que estaba ocurriendo. Ese estaba siendo uno de los años más violentos de Buenaventura que, según la Defensoría, registró 401 homicidios.
Por eso, Monseñor les pidió a tres de sus más cercanos colaboradores de la Iglesia que fueran de parroquia en parroquia por las comunas de la ciudad para que les contaran qué estaba pasando en cada una. Manuel González, miembro de la Pastoral Social, dice que incluso les pidieron a los curas que buscaran en las actas de defunción de los entierros que habían celebrado las causas de las muertes, para recopilarlos en un informe que le entregarían al Presidente. 
Además, el Obispo puso a funcionar en Buenaventura la comisión de Vida, Justicia y paz dentro de la Pastoral Social para que se encargara no sólo de documentar los hechos de violencia que ocurren en el puerto sino agregarles contexto para entender sus causas.
Monseñor fue quién presentó el informe que no sólo incluyó los relatos de los crímenes sino la denuncia de la comunidad de la existencia de un “contubernio” entre narcos, paramilitares y la Fuerza Pública. Aunque el consejo de seguridad se hacía a puerta cerrada, al salir, el entonces Presidente se refirió ante los medios a lo que le acababa de contar el Obispo.
“El Presidente sale de allá y en un auditorio de la sociedad portuaria, frente a las cámaras dice que el obispo le ha denunciado infiltraciones de la Policía”, cuenta el Padre Reina.
La denuncia motivó a que Uribe ordenara el relevo de buena parte de la cúpula de la Policía del puerto. Pero, una semana después, los violentos le pasaron la factura al Obispo.
Un lunes de noviembre, dos hombres llegaron a la puerta de una de las 21 parroquias del puerto, exhibieron un maletín lleno de billetes y le dijeron al párroco que los atendió que le dijeran al Obispo que saliera del pueblo porque les habían ordenado matarlo. Luego, le mandaron un anónimo en el que le decían que si se quedaba, iba a correr la suerte del Arzobispo de Cali, Isaías Duarte Cancino asesinado en Cali en 2002.
“Nosotros al principio no queríamos que se fuera porque era darle gusto a los que lo estaban amenazando. Pero nadie manda en el miedo del otro”, dice el padre Reina.
Era tal la zozobra del Obispo que dejó de comer y dormir. Por eso, los curas terminaron por pedirle que se fuera. Salió en la madrugada de la ciudad, en un avión de la Fuerza Naval del Pacífico con rumbo a Bogotá.
Al cabo de tres meses, Monseñor Epalza decidió regresar. Tenía “la claridad de que de pronto le tocaba ser un mártir. Yo creo que podemos morir las personas, pero la verdad no”, contó años después en otra entrevista.
Ante esa situación, la Unidad Nacional de Protección le puso dos escoltas que hasta ahora lo acompañan incluso cuando ofrece misas.
A pesar de la amenaza, Monseñor no dejó de denunciar los hechos violentos. En febrero del 2013, Epalza le contó al periodista Antonio José Caballero en RCN Radio,  un testimonio de “una feligresa” que se enloqueció cuando la obligaron a lavar con agua la sangre de una ‘casas de pique’ donde una persona había sido torturada y desmembrada. El testimonio daba cuenta de la existencia de esa situación que hasta ese momento ninguna autoridad había querido reconocer.
“Eso fue lo que lo hizo ganarse el corazón de Buenaventura”, dice Manuel González de la Pastoral Social. “Todo el mundo sabía que existían y por fin alguien lo decía públicamente”.

Del dicho al hecho

Justo un año después, y al ver que la denuncia no surtía efecto, Monseñor organizó y lideró una marcha multitudinaria que tenía como objetivo que Buenaventura enterrara la violencia.  
Era el 19 de marzo del 2014, y Monseñor, aún con sus achaques de salud que ya le hacían difícil caminar tras haber sido operado en una rodilla y sufrir de gastritis e insomnio, lideró una procesión de 30 mil personas que recorrieron unos 5 kilómetros de la ciudad en una especie de viacrucis con nueve estaciones en las que se hacían paradas donde el Obispo leía el hecho de violencia que había ocurrido allí.   
Un mes después, el Obispo también lideró un plantón de los comerciantes de la ciudad que también se organizaron para rechazar la violencia.  
“Yo francamente creí que Buenaventura no iba a responder, era algo impensado. Esas dos jornadas, que la Policía y la administración no querían que se hicieran, las hicimos porque estaba en juego el hacer visible una realidad que nadie quería reconocer. Yo creo que la marcha fue el momento cumbre de dejar el miedo y de comprometerse a visibilizar y a decir ya no más”, dijo el Obispo en una entrevista.
“Con esa marcha, Monseñor resucitó a Buenaventura. Nos hizo despertar del letargo, del egoísmo para denunciar la falta de agua, de trabajo, las injusticias y la violencia, demostrándole a la ciudadanía que no estaba sola, que contaba con el respaldo de la Iglesia”, agrega otro miembro de la Pastoral Social.
Tras una movilización de 8 días, el Gobierno acordó con el Obispo y con los líderes del Comité del Agua de Buenaventura crear el Fondo Todos Somos Pazcífico con una chequera de 400 millones de dólares para construir la infraestructura mínima en acueducto, salud y educación para atender a una población 500 mil habitantes sumida en la pobreza.
Pero, a pesar de lo histórico de la movilización, esa chequera se embolató. No sólo porque crear el fondo tomó mucho más tiempo de lo esperado, como contó La Silla, sino porque la plata que inicialmente se prometió sólo para Buenaventura, terminó siendo destinada para obras claves en todo el litoral del Pacífico.
En mayo de este año, las promesas seguían siendo solo eso, promesas. Por eso, los bonaverenses volvieron a desafiar al Estado y organizaron un paro cívico, esta vez con la premisa que ya había señalado antes el Obispo Epalza de que la clave era que el presidente decretara la emergencia económica y social para Buenaventura.  
Esa sería la herramienta que le permitiría al Presidente tomar decisiones y desembolsar recursos mucho más rápido para hacer las obras que le permitirían por fin al puerto tener agua las 24 horas del día y más de 60 camas en el único Hospital público que atiende a una población de 500 mil habitantes.
Esta vez, el Obispo no fue el líder de la movilización. “Uno se debe a una Institución y la Iglesia no promueve paros”, explicó el Padre John Reina.
Lo que sí hizo fue apoyar la movilización social de cerca y convertirse en la fuerza moral del paro, como contó La Silla. De hecho, el padre John Reina, en representación de la Iglesia, hizo parte del Comité que durante 22 días lideró la mesa de negociación con el Gobierno. El Obispo jugó un papel clave para desescalar la polarización entre las partes que tuvo su pico más alto después de los desmanes del viernes 19 de mayo.  
Ese día, el Obispo se dirigió a su pueblo a través de un mensaje de whatsapp para pedir la calma. “Querido pueblo de Buenaventura, les habla su hermano mayor”, dijo y les pidió a los bonaverenses no dejarse “provocar por las fuerzas del orden del Estado” y “no responder con violencia”. Además, el obispo, le hizo un llamado al Gobierno para que el Esmad acabara con “la ofensiva” al pueblo de Buenaventura y respetara la vida. “Merecemos un mejor trato”, dijo.
Al día siguiente, el pueblo se levantó con mucha más fuerza para seguir protestando pacíficamente y en un hecho inédito, más de 100 mil personas se tomaron toda la ciudad para exigir la atención del Gobierno. Finalmente lo lograron, con el compromiso del Gobierno de que crearía un fondo autónomo con un billón y medio de pesos para hacer las obras urgentes que necesita la ciudad.  
“Deja mucha satisfacción de la misión cumplida, porque uno no fue perro mudo y se sacó la cara por el pueblo. Se cumplió con corazón grande la misión que el señor me ha confiado y sobre todo por los más frágiles que sufren por esta sociedad que se engolosina con el poder y el dinero”, dijo Monseñor el viernes cuando se conoció la noticia de que por fin el Papa le consiguió reemplazo.  
Su despedida será el próximo 14 de julio, en la misa que celebra el día de San Buenaventura y la fundación de la ciudad hoy hace 477 años. Es la misma fecha en la que Epalza llegó al puerto hace 13 años cuando, acompañado por una caravana que arrancó en Cisneros y en medio de bailes y currulaos, la ciudad lo acogió como propio aunque no lo conocieran. Ahora, seguramente, no lo olvidarán.

Comentarios