GERARDO VALENCIA CANO. MÍSTICO, PROFETA, PASTOR Y DEFENSOR DE LA JUSTICIA DESDE LA OPCIÓN POR LOS POBRES UN ADELANTADO AL CONCILIO VATICANO II, AL PACTO DE LAS CATACUMBAS Y A LA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO DE MEDELLÍN (I)
En el 50 aniversario de su
muerte
GERARDO VALENCIA CANO.
MÍSTICO, PROFETA, PASTOR Y DEFENSOR DE LA
JUSTICIA DESDE LA OPCIÓN
POR LOS POBRES
UN ADELANTADO AL CONCILIO
VATICANO II, AL PACTO DE LAS CATACUMBAS Y A LA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO
LATINOAMERICANO DE MEDELLÍN (I)
Medellín, 26 de agosto de
2022
Juan José Tamayo/ teólogo
de la liberación
Agradecimiento y
felicitación
De nuevo en
Medellín. Es para mí un privilegio participar en este Encuentro Interreligioso
e Intercultural en memoria de Gerardo Valencia Cano (1917-1972), obispo y
profeta con sentido de pueblo, con motivo del 50 aniversario de su trágica muerte
en un accidente de avión cuando tenía 54 años y 18 años de obispo de
Buenaventura (Colombia). Personalizo mi agradecimiento en Olga Lucía Álvarez,
Sulman Hincapié y Mauricio Zapata, del comité coordinador del evento y
entrañables amig@s.
Felicito a las
personas de de dicho comité organizador por el excelente trabajo de
organización y por tan importante iniciativa que se inscribe en la recuperación
de personalidades ejemplares, que se caracterizaron, en el ámbito cristiano,
por la práctica de la com.pasión en el seguimiento de Jesús de Nazaret y en el
proseguimiento de su causa en favor de las personas, los colectivos y los
pueblos empobrecidos. En este caso es la
recuperación de la memoria histórica del místico, profeta y obispo Gerardo
Valencia Cano: una memoria colectiva subalterna como fue su vida compartida y
comprometida con las comunidades campesinas, indígenas y negras subalternas de
Buenaventura y también, tomando la expresión de Walter Benjamin, una memoria
subversiva de las víctimas.
No conocí a
Gerardo Valencia Cano, pero sí su talla moral gracias a la lectura de sus
escritos, de las informaciones de Olga Lucía Álvarez, que colaboró con él
durante los tres últimos años de su vida, y de algunos textos biográficos como Valencia
Cano, editado por el Vicariato Apostólico de Buenaventura bajo la dirección
de Gerardo Jaramillo González, que sigo muy de cerca en esta conferencia.
Voy a hacer una
reflexión teológica a propósito de tres acontecimientos singulares que
influyeron decisivamente en su vida, y a los que, a mi juicio, se adelantó en
no pocos aspectos como visionario que era con sus intuiciones, su conciencia
misionera libre y liberadora, su compromiso social y su actividad
evangelizadora inseparable de la educación entendida como concientización
popular. Los tres acontecimientos en los que se enmarcan su vida, su
pensamiento y su profetismo son: el Concilio Vaticano II (1962-1965) eme
refiro a n cuyas cuatro sesiones participó, el Pacto de las Catacumbas, que
firmó en noviembre de 1964 en Roma y la Conferencia del Episcopado
Latinoamericano de Medellín en 1968.
En este texto
me referiré a Gerardo Valencia Cano como un adelantado al Concilio Vaticano II.
El Vaticano II, Concilio de
la Reforma eclesial
Recién
cumplidos 45 años y siendo obispo de Buenaventura desde 1953 con solo 35 años,
Valencia Cano participó en la celebración del Concilio Vaticano II, el
acontecimiento más importante del catolicismo del siglo XX y, sin duda. uno de
los eventos más significativos de dicho siglo. He aquí algunas de las más
importantes aportaciones del Concilio:
1. Reforma
interna de la Iglesia, tras cuatro siglos ininterrumpidos de Contrarreforma,
iniciada con el Concilio de Trento (1545-1563). El Vaticano II puso en práctica
la propuesta de Lutero “Ecclesia semper reformanda”, asumió la necesidad de
purificación y renovación y tomó conciencia de ser una Iglesia peregrinante (Constitución
Luz de las gentes, n. 8).
2. Diálogo
multilateral: entre las diferentes tendencias dentro de la Iglesia; con el
mundo moderno a quien los papas del siglo XIX anatematizaron ó con trazos muy
gruesos, sin reconocimiento alguno de sus grandes aportaciones; con las
religiones cristianas y no cristianas; con el ateísmo, cuya responsabilidad en su
nacimiento y desarrollo asume.
3.
Ubicación de la Iglesia católica en el mundo, a quien se consideraba uno
de los enemigos del alma junto con el demonio y la carne, como respondíamos en
el catecismo del padre Astete a la pregunta por los enemigos del alma. La
Iglesia no está por encima del mundo, cual poder transcendente que no hace pie
en la historia, ni es juez que lo condena, sino que está presente en el mundo,
en la sociedad reconociendo sus avances y retrocesos, sus contradicciones, en
fin, y sin falsas vueltas regresivas al pasado ni añoranzas idealizada del
mismo.
La Iglesia se
identifica con los gozos y las esperanzas, las alegrías y las tristezas de los
seres humanos de nuestro tiempo: “los gozos y esperanzas, las tristezas y las
angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los
discípulos de Cristo” (Constitución Pastoral de la Iglesia en el Mundo
Actual, en adelante GS, n. 1). Nunca, hasta el Vaticano II, un concilio se
había ocupado de hacer un análisis de la realidad del tiempo en el que se
celebraba ni había intentado responder a ella de manera positiva siendo
sensible a los signos de los tiempos y ofreciendo su colaboración para la
marcha de la historia en dirección a la libertad y la liberación de los seres
humanos.
4.
Dimensión antropológica. Fue el ser humano el centro del Concilio, la
persona a quien hay que salvar, pero el ser humano entendido de manera
unitaria, “todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y
voluntad, y el ser humano con ser social: “es a la sociedad a la que hay que
renovar”. Y haciéndose suya la máxima del escritor romano de origen bereber
Terencio africano “nada humano me es ajeno”, afirma que “nada hay
verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1). Hace referencia explícita a la mujer que, “allí
donde todavía no la ha logrado, reclama la igualdad de derecho y de hecho con
el hombre” (GS, n. 9).
5.
Hace una valoración positiva de la secularización, entendida como
reconocimiento del valor y de la autonomía de las realidades temporales: la
cultura, la filosofía, la política, la naturaleza, el arte, la creación
literaria, etc., de toda tutela religiosa, secularización que había sido
criticada como contraria a la religión y destructora la fe. Es sin duda un
concilio de reconciliación con la Modernidad, a la que había condenado con
trazos gruesos en siglos pasados.
6.
La opción por los pobres no constituyó el centro del Concilio, como fue
la intención de Juan XXIII al afirmar que “la Iglesia de Cristo es Iglesia
universal, pero para el Tercer Mundo es la Iglesia de los pobres” y como
expresó el cardenal Lercaro, arzobispo de Bolonia, en una intervención
memorable: la evangelización es el objetivo fundamental del Concilio, que
implica la opción por los pobres. El interlocutor del Vaticano II no fue el Tercer
Mundo, sino Europa.
7. El Vaticano
II no fue un concilio de anatemas ni de condenas, pero sí muy crítico
desde el discurso inaugural de Juan XXIII contra los agoreros, los profetas de
calamidades y los instalados cómoda y fundamentalistamente en posiciones
dogmáticas y tradicionalistas.
Valencia Cano se adelantó
al Concilio Vaticano II
Se ha dicho, y es verdad,
que en Valencia Cano hay que distinguir dos etapas, la anterior al Concilio
Vaticano II y la posterior. Creo, con todo que en algunos aspectos importantes
de su trabajo misionero se adelantó al propio Concilio. Apunto algunos, sin
ánimo de ser exhaustivos. Quienes vivieron y convivieron cerca de èl pueden
completarlos. En este Encuentro participan personas que lo acompañaron y
colaboraron con él como el padre Wenceslao Estupiñán, primero sacerdote negro
de Buenaventura ordenado Valencia Cano, y sus sobrinas Amparo y Jenny.
1,
Rompiendo los estereotipos eclesiológicos tradicionales, fue quebrando poco a
poco el carácter jerárquico, piramidal y patriarcal de la Iglesia y fue
conformando la iglesia local de Buenaventura como comunidad de comunidades
integradora de personas y colectivos indígenas, campesinos y negros con la
incorporación de las mujeres seglares al trabajo pastoral y educativo. En el tejido social y eclesial creado por
Valencia Cano la autoridad no residía en el obispo por el hecho de serlo, ni en
el báculo y la mitra, sino en su testimonio, en su ejemplaridad de vida y en
las personas y colectivos empobrecidos por el sistema. El Vaticano II ratificó
la dimensión comunitaria de la Iglesia en el capítulo II de la Constitución
sobre la Iglesia bajo el título “pueblo de Dios”.
2. Ubicó a la Iglesia no por encima
de la sociedad, ni como jueza, ni como poder absoluto, ni aliada con el poder, sino
en los diferentes colectivos de la sociedad de Buenaventura, sobre todo en los
sectores más empobrecidos. Yo creo que en este tema la originalidad de Valencia
Cano es clara: mientras que el Vaticano II ubicaba a la Iglesia en el mundo
desde una perspectiva eurocéntrica, el joven obispo de Buenaventura hacía
realidad la Iglesia de los pobres, tal como había propuesto Juan XXIII.
3. Bajó la trascendencia a la
historia y la divinidad de Cristo a la humanidad sufriente, poniendo en
práctica la cristología de la kénosis de la Carta a los Efesios: “El
cual (Jesucristo), siendo de condición divina… se despojó de su grandeza, tomó
la condición de siervo y se hizo semejante a los seres humanos, y en su
condición de ser humano, se humilló a sí mismo… (Flp 2,6-11).
4. Se adelantó al Decreto sobre
la actividad misionera de la Iglesia del Vaticano II, aprobado el 7 de
diciembre de 1965. Se formó en el Instituto para las Misiones de Yarumal, donde
empezó a forjar su conciencia misionera, y fue profesor del Seminario de dicho
Instituto. Después del Concilio presidió la Comisión de Misiones del CELAM.
Esta era su presentación: “Soy hijo
de la selva/ Un hermano del tucán/Soy tucano, selva mía,/ y te quiero con fervor;/
yo por ti morir podría/ y me muero por tu honor”.
El carácter misionero formaba parte
de su identidad como ser humano, como cristiano y como obispo. Toda su vida
estuvo guiada por ese espíritu hasta conformar una identidad misionera. Pero no
entendió la misión como convertir y bautizar a infieles y anular su identidad
indígena, campesina o afrocolombiana, sino como identificación con dichas
comunidades, vivir y compartir sus situaciones de injusticia estructural y
ofrecer respuestas acordes a dichas situaciones en todos los terrenos: educativo, social, cultural. económico, religioso,
etc. Su pastoral misionera se orientaba no
a una evangelización genérica, sino inculturada en las comunidades indígenas y
negras.
5.
El ser humano fue el centro de su actividad misionera, de su compromiso social
y de su trabajo pastoral. “Hasta ahora -afirma- miramos en el hombre, no la
persona humana, sino el color, la edad, la salud, la ciencia, el prestigio, su
historia real o falsa, su sexo, etc.”. Se queja de que “hemos olvidado que lo
fundamental en el hombre es ser hombre y, para el cristiano, el ser hijo,
imagen de Dios, redimido por Cristo” (Jaramillo González, p. 58).
La
peor consecuencia de tan injusta forma de mirar a los seres humanos “es su
clasificación entre débiles y poderosos, sabios e ignorantes, dignos e
indignos, gente bien y plebeyos” (id., 59). De nuevo estamos ante una
diferencia importante entre el humanismo abstracto o del hombre europeo del
Vaticano II y el humanismo de Valencia Cano defensor de los derechos humanos de
las personas y los colectivos empobrecidos de Buenaventura a quienes se les
negaba dichos derechos, sobre todo, a una vida digna, a la saludad, a la
educación, a la vivienda, al trabajo, etc.
6.
Donde también se adelantó al Concilio Vaticano II y demostró ser un pionero fue
en la incorporación de las mujeres a la tarea misionera y evangelizadora y a la
acción social. Pablo VI incorporó al Concilio a un grupo de observadoras a
partir de la tercera sesión. En una ocasión pregunté a mi amiga uruguaya Gladys
Parentelli Manzino, hoy reconocida teóloga ecofeminista, una de las mujeres
observadoras invitadas por Pablo VI, que entonces era presidenta de la rama
femenina del Movimiento Internacional de la Juventud Agrícola y Rural Católica (MIJARC),
cuál había sido su función en el Vaticano II y me respondió: “lo que significa
el propio nombre: observar”. Bien seguro que trabajo no les faltó, pues lo que
observaron fue el carácter patriarcal de la Iglesia católica y del propio
Concilio.
Muy
distinto fue el papel reconocido a las mujeres por Gerardo. Varios años antes
del Concilio y haciendo frente a los prejuicios patriarcales de la sociedad y
de la Iglesia, mostró una gran preocupación por la formación de las mujeres y
creó en 1959 la Normal Juan Ladrilleros. Fue abriendo espacios para las mujeres
en la Iglesia y en 1953 fundó la Unión Femenina Misionera (UFEMI), formada por
mujeres seglares, a quienes reconoció autonomía en su trabajo misionero y
estimuló a seguir adelante con la expresión “Ustedes pueden”[1].
[1] Tomo la
información sobre UFEMI del artículo de Olga Lucía Álvarez, miembro de dicha
organización y colaboradora directa de Valencia Cano durante los tres últimos
años de su ministerio episcopal en Buenaventura: “Monseñor Gerardo Valencia
Cano, un profeta convencido del valor e importancia de la mujer en la Iglesia”
publicado en Religión Digital (5 de junio de 2022). Desde aquí mi
agradecimiento, Olga Lucía, que como colaboradora del obispo de Buenaventura me
has proporcionado informaciones muy precisas y totalmente fiables para mi
conferencia.
Remitido al e.mail
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