CULTURA DE LA MUERTE - CULTURA DE LA VIDA

 

Carmiña Navia Velasco

 

He venido para que tengan

vida y vida en abundancia.

(Atribuido a Jesús de Nazaret)

 

 

Por estos días y ya desde hace tiempos, cuando una mira las noticias, cuando recibe informaciones, cuando se asoma a la realidad del país o del mundo, cuando reflexiona sobre nuestros destinos… la congoja se apodera del corazón y las lágrimas asoman a los ojos. Más allá de las guerras que estallan, de las razones o sinrazones para ello, más allá de misiles, de bombas y atentados, más allá de abortos que se aprueban o niegan… hay vidas humanas, cientos, miles de vidas están en juego cada día, cada minuto, cada hora. Y surge la pregunta: ¿Hemos construido un mundo, una cultura, unos nichos sociales que protegen y cuidan de la vida… o por el contrario la condenan, la impiden, la destruyen?

 

Rusia invade a Ucrania y amenaza con armas nucleares al país que intente interponerse en este ataque. Informaciones y contra informaciones: “Si se rompen los pactos… si está en juego la seguridad de  una nación… si un país se ha metido en el territorio del otro…” Cada parte juega su propio juego y mide su palabra con la de otros, en una larga lista de potencias, de egos crecidos hasta el cielo. Pero se olvida o parece olvidarse que detrás de las declaraciones, los ataques y amenazas hay vidas humanas que se pierden, vidas humanas que no importan, vidas humanas a las que el agujero negro e infinito de la muerte se traga sin remedio. Vidas humanas a las que se les niega su posibilidad de existir, de desplegarse.

 

Por el reverso de los éxodos, de las esposas despidiendo a sus hombres, de las órdenes dadas en un despacho u otro… la vida humana late pidiendo ser oída, pidiendo una oportunidad de realizarse. Por detrás de las fotos de deshumanización de los periódicos o de las imágenes de la televisión: sonrisas, abrazos y futuros quieren tener un sitio… un albergue para sus días venideros… Y el sitio y el albergue se les niega. Las vidas que suplican una oportunidad no son oídas en los grandes despachos de unos líderes sordos y unos pactos oscuros. Tampoco son oídas en las selvas o en los cuárteles de múltiples ejércitos.

 

Y aquí, en los corredores de Colombia, mercenarios y armas justifican sus tomas, sus llamadas a paros respaldados en armas, sus atropellos múltiples y embestidas infames… Detrás de esas bulliciosas y prepotentes voces, se escucha la voz débil de vidas que reivindican su derecho a existir. Y aquí en los corredores de Colombia, las inequidades causantes de las hambres, del desempleo, de las ausencias de futuro… siegan vidas humanas que no alcanzan su puesto en la repartición de favores del mundo y no logran un nicho para asentar sus pasos. A los jóvenes, los niños, las mujeres… se les niega el mañana. Se les niega porque la ambición de unos atropella el destino de todos y de todas.

 

Y en otros escenarios los señores discuten si el aborto se puede o no se puede. Pasando por encima de abortos clandestinos y sin legalizar, que significan la muerte de cientos de mujeres que no pueden vivir su autonomía en dignidad, y no logran pagar las clínicas costosas de abortos más lujosos y seguros… ignorando también que a los seis meses interrumpir la vida de un bebe, con altísimo riesgo para el vientre que lo aloja, es también otra muerte. Silenciando además -una y mil veces siempre- la responsabilidad del varón que depositó en ese vientre su semen de placer o de macho violador, y que se lava manos y cuerpo entero de su paternidad irresponsable.

 

La muerte que campea y se pasea triunfante por el mundo y por Colombia… negando siempre vidas, causando siempre llantos, dejando tras su paso regueros de dolor.

 

Pero hay un otro lado. Otro mundo posible, tejido entre las manos cuidadoras de vida, gestadoras de abrazos, gestadoras de amor.

 

Al lado de esa cultura de la muerte que sostenemos o miramos con cara indiferente, que pasa a nuestro lado sin que la detengamos; hay otra cultura en el mundo y en Colombia que se despliega cada mañana con la salida del sol. Es la cultura del cuidado, la entrega cotidiana, la acogida, el amor, el abrazo. Miles, millones de mujeres por todo el territorio de este planeta tierra despliegan cada día sus brazos, su corazón, su fuerza… para fortalecer la esperanza, para que florezcan los mañanas y los nichos de posibilidades, de vidas que gritan su existir.

 

Son las madres que cuidan a sus hijos, las parejas que definen sus cuerpos en abrazos, las mujeres que cultivan la tierra y las semillas… Las mujeres que sueñan, que protegen y arrullan; las mujeres que inventan cada día la economía del sumar y del multiplicar. Las mujeres que animan a sus hombres en proyectos de vida compartidos. Ejércitos enteros de brazos y de almas que descubren caminos para trenzar mañanas. Son vida que se salvan y vidas que se asoman a un nuevo amanecer. Las voces en silencio que resisten la fuerza del horror y germinan futuros.

 

Esas fuerzas ocultas que sostienen el mundo. Esas voces de hermanas que apuestan por la sororidad y borran a su paso el desamparo. Fuerzas que neutralizan la orfandad y las bombas, que sacrifican horas para regalar amparos y alegrías. Fuerzas que al despertar cada mañana acogen en su vientre, en sus entrañas vivas, el mar de un horizonte abierto a la esperanza. Son fuerzas que se asoman a la vida y que gritan deseos de mirar al mañana. Detrás de cada gesto de amor y de cuidado, late la posibilidad de un destino concreto, de miradas ansiosas, de un ser que se despliega reafirmando la grandeza de una humanidad en marcha.

 

Invitemos al mundo a danzar en la danza de la vida, a erradicar de nuestros horizontes el gesto macabro y la mueca espantosa de una violencia que habita en cada  vuelta de la esquina. Recordemos para cerrar estas vivencias, las palabras de Alessandra Bochetti, feminista italiana:

“Una mujer al menos tal y como son las mujeres hasta hoy en día, no habría podido olvidar jamás que una parte de este planeta era también su casa, no habría podido olvidar jamás su cuerpo entre los otros, por tanto  no habría podido imaginar una guerra en la que nadie vence, no habría tenido jamás la idea de deshacer en tan poco tiempo millones y millones de cuerpos que durante tanto tiempo construyó con paciencia y fatiga, penas y alegrías… (Alessandra Bochetti: LO QUE QUIERE UNA MUJER,  Ediciones Cátedra - 1996).

 

 

 

Santiago de Cali, 27 de Febrero de 2022


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