
Soy
consciente de que posicionarse y tratar de comprender al Papa Francisco en
relación con el tema del documento sobre la Amazonía, puede dar lugar a
opiniones muy diversas y contrapuestas, pero opinar es bueno, siempre que se
haga desde el respeto y una sana confrontación de pensamientos y puntos de
vista.
Soy
latinoamericana, pero no es éste el motivo por el que mi posición se sitúa
junto al Papa en una actitud por un lado de sorpresa, pero por otro de
comprensión. Lo apoyo y trato de entenderlo porque descubro en él a un ser
humano, que lleva a cabo su misión dejando un rastro de Evangelio, y ello lo
percibo en su forma de vivir, de sentirlo, de mostrarlo y de testimoniarlo.
Recuerdo que,
desde los inicios de su Pontificado, Francisco siempre ha abogado por una
Iglesia de carácter Sinodal, y ha trabajado por ir dando pasos en la
descentralización de la Iglesia, de manera que la autoridad, decisiones y
responsabilidades pastorales, no recayesen todas sobre el Vaticano. Uno de
estos pasos que apunto, fue el de ir dando, progresivamente, más autonomía a
los obispos en sus diócesis, para que ellos obraran según las necesidades de la
región donde se encuentran. Este paso, en su momento, fue visto con escándalo por
muchos. Personalmente esta decisión provocó en mi alegría y me pareció una
decisión de gran sensatez.
Ahora, ante
su Exhortación “Amada Amazonía”, (una Exhortación no posee el carácter de
Magisterio de la Iglesia, no es Dogma, no es algo asentado definitivamente),
debe primar en primer lugar una lectura completa y pausada de lo que en ella se
dice y por supuesto, una actitud de respeto, de escucha, de búsqueda y
comprensión de aquello que tiene de positivo. Fijémonos en la defensa que hace
sobre el cuidado y defensa de la naturaleza, en cómo se preocupa por los
problemas ambientales generados por la falta de cuidado de la misma y en las
consecuencias que está trayendo al planeta y a nosotros mismos, como parte de
él (la tala de los árboles, el desalojo de la población indígena, los interminables
y múltiples incendios y asesinatos a los líderes ambientales).
Sólo en
forma adicional, habla del clero y el celibato y desde mi punto de vista, lo
trata con altura y lo deja abierto a seguir avanzando. Lo mismo hace con el
papel de la mujer en la Iglesia. Ambos son temas han de ser tratados de manera
Sinodal, no están cerrados ni el uno ni el otro. No los podemos tomar como
“caso cerrado”.
Tenemos que
aprender a ser esa Iglesia Sinodal y a la vista queda el esfuerzo que nos
cuesta ser creativas/os, tener iniciativas, pensar nuevas vías y nuevas formas,
porque estamos acostumbrados/as a que todo nos lo han dado resuelto. Así es
fácil la vida, ser sumisas/os y obedientes, pero abrir otros espacios, generar nuevos
modos, nuevas formas, asumir responsabilidades personales y comunitarias
requiere de esfuerzo, de decisión, de compromiso, de riesgo, pero también exige
paciencia y tiempo para entender que cambiar la Iglesia requiere TIEMPO.
El Papa Francisco
no está de acuerdo y, lo ha dicho de mil maneras, con “clericalizar a las mujeres”.
Tiene razón. ¿Qué es clericalizar a las mujeres? En este tema conviene aclarar
que las mujeres que estamos ordenadas, no hemos sido ordenadas como presbíteras
para ser remedos de los curas. Ni las
vestimentas son lo más importante, son elementos “accidentales”, de los
cuales debemos enseñar a las comunidades su significado, su sentido e ir
empoderando a los laicos, para se sientan parte y responsables de la Iglesia.
Jesús, como laico que era, nunca se colocó esas indumentarias de los Sumos
Sacerdotes y lo mismo los apóstoles y las mujeres que iniciaron y convocaron
las primeras comunidades del cristianismo. La Iglesia no nació en Roma, la
Iglesia nació en Jerusalén, de manera especial en poblaciones como Belén,
Nazareth, Betania, Cafarnaúm, Galilea, Tiberíades[WU1] sin olvidar
Samaria, no era en Templos, Sinagogas, Mezquitas, Catedrales, nació en las
casas, como en la casa de Marta y María, en la casa de Lidia, Febe, Priscila…la
experiencia era Casa-Iglesia.
Como
latinoamericana y presbitera, con el ministerio de obispa, me atengo a las
enseñanzas del Evangelio, a las enseñanzas recibidas en casa con mamá, abuelas
y tías. Empezando porque mamá, cuando jugaba con mis hermanos al altar y a las
procesiones, nunca les dijo a ellos, y menos a mí, que no podía jugar con ellos
y menos aún, que ellos me fueran a rechazar.
Nos toca
seguir trabajando, sin dar un paso atrás, y no olvidemos que tanto los
apóstoles como las mujeres la mayoría eran casados/as.
Dejo a
consideración dicha reflexión y mi apoyo al Papa, con mis oraciones y filial
afecto.
+Olga Lucia Álvarez Benjumea ARCWP-SURAMÉRICA
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