Por: Emiro Vera Suárez | | Versión para imprimir
Tan sólo fue al finalizar la
Segunda Guerra Mundial que se trató de poner de relieve las diferencias que
habían marcado las relaciones entre Mussolini y el Papado para salvar de
cualquier señalamiento a la Iglesia por la complicidad con el totalitarismo. De
hecho, las diferencias existieron al igual que las coincidencias, pero los
disentimientos obedecían más a la amenaza de perder cierto poder a manos de
fascismo que por desacuerdo ideológico de fondo. El Concordato con el fascismo
italiano era para la Iglesia colombiana un buen ejemplo de las prerrogativas
que se podían obtener como las subvenciones y la secularización de la sociedad.
Un Concordato era, a todas luces, una garantía para perpetuar el poder y las
prebendas de la Iglesia en Colombia, durante los gobiernos liberales con los
cuales secularmente se había enfrentado. Aunque Colombia había suscrito un
Concordato con el Vaticano, en 1887, dicho tratado sólo había subsistido
gracias a los gobiernos de la hegemonía conservadora. Existía, por lo tanto, gran
temor por lo que pudiera suceder de llegar al poder un presidente liberal con
ideas anticlericales.
Innegablemente existían entre
el Estado fascista y la Iglesia importantes puntos de coincidencia que
permitieron la coexistencia tranquila a lo largo de la década de los 30.
En el clero del país existía
una predisposición por aceptar al Estado Totalitario italiano toda protección y
el respeto que había mostrado hacia el Estado Vaticano y la institución del
papa, incluso en los momentos más álgidos de la Segunda Guerra Mundial cuando
la Santa Sede había acogido a algunos fugitivos y perseguidos del régimen. Pero
había más puntos de coincidencia con el fascismo. Desde el siglo XIX, León XIII
había promulgado la encíclica Rerum Novarum, quizás, una de las más importantes
de las que hayan sido publicadas por cuanto allí se establecía una respuesta,
al mismo tiempo retórica y pragmática al socialismo. En ella se postulaban los
primeros pasos para el corporativismo como una forma alternativa de aglutinar a
los obreros y a los trabajadores.
La Encíclica Rerum Novarum
señalaba la restauración del orden social según las leyes evangélicas. La
encíclica le hizo ganar a León XIII el título de Papa de los obreros al
perseguir los derechos y los deberes del capital y del trabajo. Pio XII,
durante la consolidación del Estado fascista y después de las conversaciones
para la firma del acuerdo de Letrán que se extendieron por tres años, promulgó
la encíclica Cuadragésimo Anno, conmemorativa de los 40 años de la encíclica de
León XIII. La encíclica fue redactada por clérigos italianos y alemanes en un
momento en el cual el Papa debía mostrar su proximidad a Mussolini en un
esfuerzo por consolidar los acuerdos diplomáticos. Por ello, para Pío XI
resultó altamente provechosa la conmemoración de la encíclica Rerum Novarum
para ratificar las inclinaciones de la Iglesia católica por el Estado
corporativo y las asociaciones profesionales. Desde ese preciso momento, la
Iglesia coincidió ideológicamente con las principales premisas corporativas y
autoritarias del Duce, siempre y cuando no pusieran en juego su monopolio sobre
la fe y la fidelidad de los católicos. Por ello, en 1931, la encíclica Non
Abbismo Bisogno atacó el culto pagano hacia el Estado fascista, la encíclica
Mit Brennender Sorge, en 1937, denunció los abusos del nazismo, y Divini
Redemptoris, del mismo año, condenó el comunismo ateo que destruía el orden
social y la dignidad del ser humano. En este constante acercamiento y
alejamiento al fascismo se movió la Santa Sede durante casi dos décadas (Ruiz
Vasquez, 2004).
Durante la Regeneración
conservadora (1886-1930) y con la firma del Concordato con Roma, la Jerarquía
católica fue pieza central de todo el andamiaje dominante del campo conservador
en la sociedad colombiana de aquella época, pues era la encargada de la
educación, la familia y las buenas costumbres.
Tan pronto se dan los brotes
políticos de la ideología fascista, los grandes jerarcas católicos asumen su
correspondiente posición y participan de las campañas del fascismo y la
violencia que lo acompaña contra lo que ellos consideran son los enemigos de la
civilización occidental, cristiana y creyente.
El fascismo italiano y el
nazismo alemán no representaban necesariamente los modelos ideales a seguir por
una Iglesia de derecha, entre otras cosas, porque eran considerados por algunos
sectores del clero como regímenes materialistas y anticatólicos. No obstante,
ciertas condiciones ideológicas, entre la Iglesia Y el fascismo, expresadas en
las encíclicas papales sobre el orden social anticomunista y corporativo, le
abrieron espacio a variadas simpatías por estos regímenes totalitarios.
El
sacerdote Félix Restrepo, por largos años rector de la Universidad Javeriana
fue el principal baluarte de las ideas corporativistas en el país. Aunque
Restrepo tenía marcada influencia del corporativismo de Mussolini, el sacerdote
colombiano recogió la idea decantada de Sardiña y utilizada por el régimen
Salazarista en Portugal. El nacionalismo lusitano perseguía el retorno de la
sociedad portuguesa a las condiciones naturales de su formación y su
desarrollo. Estas condiciones estaban dadas por la familia, el Municipio, la
Corporación, la Provincia y el Estado
La corriente corporativa de la
iglesia era el evidente rechazo al comunismo que llenaba de pavor los corazones
de no pocos conservadores y devotos de la derecha. En 1926, se había fundado el
Partido Socialista, y en 1930, paralelo al inicio de los gobiernos liberales,
el Partido Comunista comenzaba a desarrollar sus primeras acciones. El
"terror rojo" se apoderó de la Iglesia que observaba con espanto el
surgimiento acelerado del comunismo toda vez que los partidos de izquierda
apoyaban las reformas constitucionales de López Pumarejo como la redistribución
de las tierras y la consagración institucional de prerrogativas y derechos
laborales a los trabajadores, en un afán por consolidar la tesis del Estado
Benefactor que estaba haciendo carrera en Estados Unidos. Entre 1931 y 1937,
las asociaciones gremiales pasaron de 16 a 159.
La llamada Acción Social
Católica fue otra respuesta alternativa que propuso la Iglesia colombiana para
combatir a la izquierda en el terreno de la movilización de masas. El arzobispo
coadjutor de Bogotá, Juan Manuel González Arbeláez, fue el principal artífice de
la nueva política que desplegó una inusitada campaña por hacerse al favor de la
población. Para ello se utilizaron diversas publicaciones con un tiraje total
de ciento veinte mil ejemplares (44 semanarios, 60 revistas mensuales y 13
quincenales). Se repartieron radios entre los campesinos, tal como lo había
hecho el Ministerio de Propaganda nazi en Alemania. La «Voz de Colombia» y más
tarde la Radio Sutatenza fueron los medios de difusión de las principales ideas
de la Acción Católica. La Iglesia era propietaria de 150 salas de cine y un
número indeterminado de bibliotecas donde sólo se podía leer la literatura
autorizada por el Papa. Al mismo tiempo, se buscaba congregar a la población en
sindicatos de obreros, asociaciones femeninas, juventudes católicas (los
Yocistas) y grupos de devoción. En 1938, la Acción de González, había asegurado
la adhesión de cien mil simpatizantes. En distintas ocasiones el liberalismo
criticó abiertamente la Acción Católica catalogándola de movimiento militar y a
los Yocistas se les culpó de haber recibido un entrenamiento paramilitar (Ruiz
Vasquez, 2004). La Acción Social Católica no desvirtuó las acusaciones y los
rumores que circulaban especialmente en Cundinamarca, por el contrario, reforzó
lo dicho con una actitud beligerante al señalar que la Acción era un ejército
listo para la batalla. La actividad de la Acción Católica durante los 30 y su
renovación al finalizar el segundo mandato Alfonso López Pumarejo, selló en las
páginas de la historia, el carácter contrarrevolucionario y desestabilizador
del movimiento. La actividad de González Arbeláez y Félix Restrepo seguía de
cerca los preceptos señalados por el Vaticano desde el siglo XIX. Sin embargo,
dado que sus actividades fueron desarrolladas durante el apogeo del fascismo europeo,
la coincidencia ideológica no tardó en establecerse. La expresión de varios
elementos que se habían puesto en juego en Alemania e Italia se utilizó en el
seno de la Iglesia colombiana:
El anticlericalismo, las
encíclicas Papales, el advenimiento de Franco y la organización comunista, le
abrieron las puertas al sector más radical representado en Monseñor González
Perdomo, la cabeza más prominente de la jerarquía eclesiástica, se vio relegado
a un segundo lugar frente al carisma de González quien gozaba del apoyo de
Laureano Gómez. En vista de los insistentes rumores sobre un levantamiento
militar auspiciado por la Acción Católica y Gómez, en el departamento del
Cauca, el gobierno, por intermedio de su ministro Alberto Lleras, presionó ante
el Vaticano el traslado de González Arbeláez a una Diócesis menos importante
(Gonzalez, 1986).
No obstante, la Acción
Católica no cedió en sus intentos por aglutinar a los obreros independientes y
asalariados rurales a pesar de la caída en desgracia de su jefe. Especialmente,
el Yocismo, se reorganizó y enfiló nuevamente baterías gracias a la creación en
1936 del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) que tenía por misión coordinar las
actividades de la Acción en el nivel nacional. En diciembre de 1936, los
Yocistas organizaron en el Espinal, Tolima, una reunión nacional. En ella, se
señaló la necesidad de luchar contra el comunismo que carcomía al liberalismo y
a los sindicatos. El encuentro estuvo marcado por los grandes desfiles de corte
militar con la utilización de uniformes y banderas y los actos masivos de
congregación de camisas blancas. Al respecto el periódico liberal El Tolima
apuntó, citado por Ruiz Vasquez (2004) en diciembre de 1936: Mientras el
liberalismo se distrae en cuestiones bizantinas, la Acción Católica organiza
huestes de camisas negras y se prepara para crearle problemas sociales al
gobierno. Las organizaciones yocistas y los sindicatos de la clerecía
corresponden a disposiciones dadas por un enemigo tan terrible como el
comunismo y tan extraño y peligroso como el fascismo.
Durante la Segunda Guerra
Mundial, los servicios de inteligencia británico se dieron a la acuciosa tarea
de investigar cualquier actividad proclive al Eje en los países del hemisferio.
El FBI de Estados Unidos y el Servicio de Inteligencia Británico realizaron
labores de contraespionaje para determinar, en los países latinoamericanos, los
nacionales y extranjeros que simpatizaban con las ideas nazis. El Servicio de
Inteligencia Británico investigó las actividades de Monseñor González y
estableció que el prelado se había envuelto en las actividades de la llamada
Acción Combinada de la Hispanidad, un grupo político clandestino de tendencia
fascista. La Acción Combinada, por intermedio de González, consiguió armas del
gobierno argentino -ametralladoras- que luego fueron repartidas entre sus
socios por medio de suscripciones parecidas a las que se hacían en las
revistas. Para la fecha, 1944, el gobierno de López asistía al creciente rumor
de que la extrema derecha buscaba derrocarlo. Por su lado, Monseñor Perdomo se
mostró enemigo del fascismo y propuso la amplia lectura del escrito ¿Pueden el
nazismo y la cristiandad coexistir?
Cuando el primero de marzo de
1945, se hallaron los explosivos en la Catedral de Bogotá, Perdomo afirmó que
reprobaba todo movimiento subversivo contra las autoridades constituidas. De
hecho, el Primado hacía referencia en primer término a su autoridad dentro de
la jerarquía de la Iglesia que habían puesto en duda los sectores más radicales
inspirados por el fascismo (Ruiz Vasquez, 2004).
La escisión en la Iglesia fue
fruto indiscutible de la lucha por el poder; lo que se tradujo, incluso, en un
ataque violento y directo del ala más radical. Sin embargo, el ajuste de
cuentas, virulento y a veces pueril, no buscaba tan solo dirimir las
diferencias entra las facciones de la elite, sino también expresaba la
diferencia planteada en el binomio campo-ciudad. En efecto, los «Perdomistas»
prevalecieron en los grandes centros urbanos, mientras que los «Gonzaliztas»
intentaron influir en el sector rural. En el fondo, el ala clerical más
recalcitrante reflejaba el temor que existía de tiempo atrás por la creciente
urbanización que le significaba a la Iglesia la pérdida de poder e influencia
en las curias de las pequeñas poblaciones. El universo restringido de la
parroquia en el campo le permitía al clero una intromisión directa en la vida
de los pobladores. Pero esta influencia se veía menoscabada en las grandes
ciudades donde era más difícil establecer relaciones interpersonales y así
estrechar los vínculos de adscripción a la Iglesia. Una primera reacción del
clero, ante la migración campesina y la modernización del sector rural, la
evidenció el tristemente célebre Miguel Ángel Builes, arzobispo de Santa Rosa
de Osos. El prelado señaló, en 1929, la inconveniente injerencia del Estado en
obras de infraestructura que irremediablemente descomponía al campesinado. De
igual manera, las pastorales del padre se quejaban del peligro en que se
encontraba la fe cristiana ante los avances de la modernización y el
desarrollo. Existía el gran temor de que el campesino, tradicionalmente
conservadurista, tomara posiciones opuestas a las instituciones establecidas
con la entrada del capitalismo y las estructuras del mercado libre en el campo
(De Roux, 1981).
El ala más radical de la
Iglesia, que conducía la Acción Católica, le otorgó grande importancia a la
sindicalización campesina. En 1937, los sindicatos campesinos católicos
comenzaron a proliferar en Cundinamarca. El gobernador del departamento, ante
el giro de los acontecimientos, envió una misiva a Monseñor Perdomo donde
criticaba el adoctrinamiento que se les impartía a aquellos campesinos. En
estos días se ha venido creando una grave y peligrosa situación en algunos
municipios que tiene por causa principal la formación de lo que se llama
Sindicatos Católicos, organizados y dirigidos por los señores curas párrocos,
sindicatos a los que se les han dado una organización casi militar. Tales
sindicatos cuentan con un escalafón de oficiales de Cristo, donde hay una
jerarquía a semejanza de la que existe en el ramo militar. (Gonzalez, 1986).
De allí la muerte de tantos
líderes campesinos, sociales y religiosos entre 2018, 2019 y 2020.
1945, la Acción Católica sería
conducida muy eficientemente por la Comunidad Jesuítica que habría de conformar
la Unión de Trabajadores Colombianos (UTC) en un intento por mediar en los
conflictos laborales en las empresas privadas. El sindicalismo católico surgió
como una expresión anticomunista para ser la competencia de la Central de
Trabajadores Colombianos (CTC) manipulada por el liberalismo.
Hoy por hoy, es difícil
señalar en qué medida influyó la Acción Social Católica, el clericalismo a
ultranza, los sindicatos campesinos, el franquismo y la condenación de los
liberales, en aquella Violencia que se agudizó a partir del 9 de abril de 1948
con la muerte del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán. A raíz de los sucesos
del Bogotazo, importantes prelados señalaron al comunismo y al liberalismo como
los directos responsables de los disturbios. Entre otros, monseñor Crisanto
Luque (Obispo de Tunja), monseñor Gerardo Martínez (Obispo de Garzón Y Monseñor
Builes (Obispo de Santa Rosa de Osos) hicieron estos señalamientos en sus
pastorales. Los preceptos cristianos fueron utilizados como un simple pretexto
para arrogarle un carácter grupista a una lucha que, en el fondo, era una
redistribución violenta de la riqueza y de la tierra. Es probable, también, que
la prédica pastoral beligerante calara hondamente en los sectores conservadores,
exaltando los ánimos. La religión les dio a los asesinos de la violencia toda
una simbología alrededor de la cual realizaban sus fechorías o cometían las
masacres. Los victimarios, organizados en cuadrillas generalmente, iniciaban el
asesinato colectivo con lemas como «Que vivan San Juan y San Pedro», «Viva
Cristo Rey», «Ateos mal nacidos». La jerga utilizada estaba acompañada por la
posesión dé símbolos, fetiches del catolicismo. Los cuadrilleros llevaban en
sus bolsillos estampas de la Virgen del Carmen y del Cristo Milagroso de Buga o
escapularios y medallas al cuello (Gonzalez, 1986).
Las masacres, amparadas por el
supuesto de una «Santa Cruzada», escondían un afán del campesino por ascender
en la escala social ante el bloqueo que representaba la estructura agraria
retardataria y hacendataria. En otras ocasiones, la violencia respondía a una
pugna por el poder local de las regiones y municipios. El resultado evidente de
las fisuras sociales y las necesidades económicas más apremiantes de la sociedad
se manifestaron y buscaron una salida en la violencia. Las cosechas y el ganado
eran robados y las tierras eran compradas a precios irrisorios debido a las
amenazas y el terror. El grueso de la población era carne de cañón en este
conflicto atizado desde los púlpitos con sermones que señalaban, por ejemplo,
que matar liberales no era pecado. De esta manera, el asesino recibía
indulgencias de la Iglesia que sobre el papel era el conductor de los sanos
preceptos de la moralidad de la fe católica.
Para las elecciones de 1949,
el clero se movilizo en los campos haciendo un llamado a la votación
conservadora por medio del sentimiento católico. Laureano Gómez pescó en el río
revuelto del enfrentamiento entre el clero metropolitano y el clero rural. Una
vez más, como en la década de los 30, la Iglesia se convertía en el aparato
ideológico del partido conservador. Indudablemente, la Iglesia colombiana
contaba con una estructura propagandística incomparable para movilizar a los
campesinos. Desde las 150 salas de cine propiedad de la Iglesia, hasta las
publicaciones, pasando por la radio y la predica desde los púlpitos
constituían, en su conjunto, un sistema publicitario fuerte y acabado. Sumado a
lo anterior el apostolado llevado a cabo en Colombia había apuntado hacia la
corporativizacion de la sociedad con organizaciones de derecha como los
sindicatos de campesinos y de obreros, las asociaciones de trabajadores y los
movimientos de juventud, todos guiados por la premisa de la igualdad de clases
antes que su lucha. Dicho adoctrinamiento era altamente conveniente para un
gobierno de extrema derecha que no quería ver expresiones contestatarias y sí
un fuerte apoyo popular
Colombia es un volcán de fuego
desde la división de la Gran Colombia, tierras que el comunismo hoy quiere de
nuevo controlar a través del Foro de Sao Paulo.
Tan sólo fue al finalizar la
Segunda Guerra Mundial que se trató de poner de relieve las diferencias que
habían marcado las relaciones entre Mussolini y el Papado para salvar de
cualquier señalamiento a la Iglesia por la complicidad con el totalitarismo. De
hecho, las diferencias existieron al igual que las coincidencias, pero los
disentimientos obedecían más a la amenaza de perder cierto poder a manos de
fascismo que por desacuerdo ideológico de fondo. El Concordato con el fascismo
italiano era para la Iglesia colombiana un buen ejemplo de las prerrogativas
que se podían obtener como las subvenciones y la secularización de la sociedad.
Un Concordato era, a todas luces, una garantía para perpetuar el poder y las
prebendas de la Iglesia en Colombia, durante los gobiernos liberales con los
cuales secularmente se había enfrentado. Aunque Colombia había suscrito un
Concordato con el Vaticano, en 1887, dicho tratado sólo había subsistido
gracias a los gobiernos de la hegemonía conservadora. Existía, por lo tanto, gran
temor por lo que pudiera suceder de llegar al poder un presidente liberal con
ideas anticlericales.
Innegablemente existían entre
el Estado fascista y la Iglesia importantes puntos de coincidencia que
permitieron la coexistencia tranquila a lo largo de la década de los 30.
En el clero del país existía
una predisposición por aceptar al Estado Totalitario italiano toda protección y
el respeto que había mostrado hacia el Estado Vaticano y la institución del
papa, incluso en los momentos más álgidos de la Segunda Guerra Mundial cuando
la Santa Sede había acogido a algunos fugitivos y perseguidos del régimen. Pero
había más puntos de coincidencia con el fascismo. Desde el siglo XIX, León XIII
había promulgado la encíclica Rerum Novarum, quizás, una de las más importantes
de las que hayan sido publicadas por cuanto allí se establecía una respuesta,
al mismo tiempo retórica y pragmática al socialismo. En ella se postulaban los
primeros pasos para el corporativismo como una forma alternativa de aglutinar a
los obreros y a los trabajadores.
La Encíclica Rerum Novarum
señalaba la restauración del orden social según las leyes evangélicas. La
encíclica le hizo ganar a León XIII el título de Papa de los obreros al
perseguir los derechos y los deberes del capital y del trabajo. Pio XII,
durante la consolidación del Estado fascista y después de las conversaciones
para la firma del acuerdo de Letrán que se extendieron por tres años, promulgó
la encíclica Cuadragésimo Anno, conmemorativa de los 40 años de la encíclica de
León XIII. La encíclica fue redactada por clérigos italianos y alemanes en un
momento en el cual el Papa debía mostrar su proximidad a Mussolini en un
esfuerzo por consolidar los acuerdos diplomáticos. Por ello, para Pío XI
resultó altamente provechosa la conmemoración de la encíclica Rerum Novarum
para ratificar las inclinaciones de la Iglesia católica por el Estado
corporativo y las asociaciones profesionales. Desde ese preciso momento, la
Iglesia coincidió ideológicamente con las principales premisas corporativas y
autoritarias del Duce, siempre y cuando no pusieran en juego su monopolio sobre
la fe y la fidelidad de los católicos. Por ello, en 1931, la encíclica Non
Abbismo Bisogno atacó el culto pagano hacia el Estado fascista, la encíclica
Mit Brennender Sorge, en 1937, denunció los abusos del nazismo, y Divini
Redemptoris, del mismo año, condenó el comunismo ateo que destruía el orden
social y la dignidad del ser humano. En este constante acercamiento y
alejamiento al fascismo se movió la Santa Sede durante casi dos décadas (Ruiz
Vasquez, 2004).
Durante la Regeneración
conservadora (1886-1930) y con la firma del Concordato con Roma, la Jerarquía
católica fue pieza central de todo el andamiaje dominante del campo conservador
en la sociedad colombiana de aquella época, pues era la encargada de la
educación, la familia y las buenas costumbres.
Tan pronto se dan los brotes
políticos de la ideología fascista, los grandes jerarcas católicos asumen su
correspondiente posición y participan de las campañas del fascismo y la
violencia que lo acompaña contra lo que ellos consideran son los enemigos de la
civilización occidental, cristiana y creyente.
El fascismo italiano y el
nazismo alemán no representaban necesariamente los modelos ideales a seguir por
una Iglesia de derecha, entre otras cosas, porque eran considerados por algunos
sectores del clero como regímenes materialistas y anticatólicos. No obstante,
ciertas condiciones ideológicas, entre la Iglesia Y el fascismo, expresadas en
las encíclicas papales sobre el orden social anticomunista y corporativo, le
abrieron espacio a variadas simpatías por estos regímenes totalitarios.
El
sacerdote Félix Restrepo, por largos años rector de la Universidad Javeriana
fue el principal baluarte de las ideas corporativistas en el país. Aunque
Restrepo tenía marcada influencia del corporativismo de Mussolini, el sacerdote
colombiano recogió la idea decantada de Sardiña y utilizada por el régimen
Salazarista en Portugal. El nacionalismo lusitano perseguía el retorno de la
sociedad portuguesa a las condiciones naturales de su formación y su
desarrollo. Estas condiciones estaban dadas por la familia, el Municipio, la
Corporación, la Provincia y el Estado
La corriente corporativa de la
iglesia era el evidente rechazo al comunismo que llenaba de pavor los corazones
de no pocos conservadores y devotos de la derecha. En 1926, se había fundado el
Partido Socialista, y en 1930, paralelo al inicio de los gobiernos liberales,
el Partido Comunista comenzaba a desarrollar sus primeras acciones. El
"terror rojo" se apoderó de la Iglesia que observaba con espanto el
surgimiento acelerado del comunismo toda vez que los partidos de izquierda
apoyaban las reformas constitucionales de López Pumarejo como la redistribución
de las tierras y la consagración institucional de prerrogativas y derechos
laborales a los trabajadores, en un afán por consolidar la tesis del Estado
Benefactor que estaba haciendo carrera en Estados Unidos. Entre 1931 y 1937,
las asociaciones gremiales pasaron de 16 a 159.
La llamada Acción Social
Católica fue otra respuesta alternativa que propuso la Iglesia colombiana para
combatir a la izquierda en el terreno de la movilización de masas. El arzobispo
coadjutor de Bogotá, Juan Manuel González Arbeláez, fue el principal artífice de
la nueva política que desplegó una inusitada campaña por hacerse al favor de la
población. Para ello se utilizaron diversas publicaciones con un tiraje total
de ciento veinte mil ejemplares (44 semanarios, 60 revistas mensuales y 13
quincenales). Se repartieron radios entre los campesinos, tal como lo había
hecho el Ministerio de Propaganda nazi en Alemania. La «Voz de Colombia» y más
tarde la Radio Sutatenza fueron los medios de difusión de las principales ideas
de la Acción Católica. La Iglesia era propietaria de 150 salas de cine y un
número indeterminado de bibliotecas donde sólo se podía leer la literatura
autorizada por el Papa. Al mismo tiempo, se buscaba congregar a la población en
sindicatos de obreros, asociaciones femeninas, juventudes católicas (los
Yocistas) y grupos de devoción. En 1938, la Acción de González, había asegurado
la adhesión de cien mil simpatizantes. En distintas ocasiones el liberalismo
criticó abiertamente la Acción Católica catalogándola de movimiento militar y a
los Yocistas se les culpó de haber recibido un entrenamiento paramilitar (Ruiz
Vasquez, 2004). La Acción Social Católica no desvirtuó las acusaciones y los
rumores que circulaban especialmente en Cundinamarca, por el contrario, reforzó
lo dicho con una actitud beligerante al señalar que la Acción era un ejército
listo para la batalla. La actividad de la Acción Católica durante los 30 y su
renovación al finalizar el segundo mandato Alfonso López Pumarejo, selló en las
páginas de la historia, el carácter contrarrevolucionario y desestabilizador
del movimiento. La actividad de González Arbeláez y Félix Restrepo seguía de
cerca los preceptos señalados por el Vaticano desde el siglo XIX. Sin embargo,
dado que sus actividades fueron desarrolladas durante el apogeo del fascismo europeo,
la coincidencia ideológica no tardó en establecerse. La expresión de varios
elementos que se habían puesto en juego en Alemania e Italia se utilizó en el
seno de la Iglesia colombiana:
El anticlericalismo, las
encíclicas Papales, el advenimiento de Franco y la organización comunista, le
abrieron las puertas al sector más radical representado en Monseñor González
Perdomo, la cabeza más prominente de la jerarquía eclesiástica, se vio relegado
a un segundo lugar frente al carisma de González quien gozaba del apoyo de
Laureano Gómez. En vista de los insistentes rumores sobre un levantamiento
militar auspiciado por la Acción Católica y Gómez, en el departamento del
Cauca, el gobierno, por intermedio de su ministro Alberto Lleras, presionó ante
el Vaticano el traslado de González Arbeláez a una Diócesis menos importante
(Gonzalez, 1986).
No obstante, la Acción
Católica no cedió en sus intentos por aglutinar a los obreros independientes y
asalariados rurales a pesar de la caída en desgracia de su jefe. Especialmente,
el Yocismo, se reorganizó y enfiló nuevamente baterías gracias a la creación en
1936 del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) que tenía por misión coordinar las
actividades de la Acción en el nivel nacional. En diciembre de 1936, los
Yocistas organizaron en el Espinal, Tolima, una reunión nacional. En ella, se
señaló la necesidad de luchar contra el comunismo que carcomía al liberalismo y
a los sindicatos. El encuentro estuvo marcado por los grandes desfiles de corte
militar con la utilización de uniformes y banderas y los actos masivos de
congregación de camisas blancas. Al respecto el periódico liberal El Tolima
apuntó, citado por Ruiz Vasquez (2004) en diciembre de 1936: Mientras el
liberalismo se distrae en cuestiones bizantinas, la Acción Católica organiza
huestes de camisas negras y se prepara para crearle problemas sociales al
gobierno. Las organizaciones yocistas y los sindicatos de la clerecía
corresponden a disposiciones dadas por un enemigo tan terrible como el
comunismo y tan extraño y peligroso como el fascismo.
Durante la Segunda Guerra
Mundial, los servicios de inteligencia británico se dieron a la acuciosa tarea
de investigar cualquier actividad proclive al Eje en los países del hemisferio.
El FBI de Estados Unidos y el Servicio de Inteligencia Británico realizaron
labores de contraespionaje para determinar, en los países latinoamericanos, los
nacionales y extranjeros que simpatizaban con las ideas nazis. El Servicio de
Inteligencia Británico investigó las actividades de Monseñor González y
estableció que el prelado se había envuelto en las actividades de la llamada
Acción Combinada de la Hispanidad, un grupo político clandestino de tendencia
fascista. La Acción Combinada, por intermedio de González, consiguió armas del
gobierno argentino -ametralladoras- que luego fueron repartidas entre sus
socios por medio de suscripciones parecidas a las que se hacían en las
revistas. Para la fecha, 1944, el gobierno de López asistía al creciente rumor
de que la extrema derecha buscaba derrocarlo. Por su lado, Monseñor Perdomo se
mostró enemigo del fascismo y propuso la amplia lectura del escrito ¿Pueden el
nazismo y la cristiandad coexistir?
Cuando el primero de marzo de
1945, se hallaron los explosivos en la Catedral de Bogotá, Perdomo afirmó que
reprobaba todo movimiento subversivo contra las autoridades constituidas. De
hecho, el Primado hacía referencia en primer término a su autoridad dentro de
la jerarquía de la Iglesia que habían puesto en duda los sectores más radicales
inspirados por el fascismo (Ruiz Vasquez, 2004).
La escisión en la Iglesia fue
fruto indiscutible de la lucha por el poder; lo que se tradujo, incluso, en un
ataque violento y directo del ala más radical. Sin embargo, el ajuste de
cuentas, virulento y a veces pueril, no buscaba tan solo dirimir las
diferencias entra las facciones de la elite, sino también expresaba la
diferencia planteada en el binomio campo-ciudad. En efecto, los «Perdomistas»
prevalecieron en los grandes centros urbanos, mientras que los «Gonzaliztas»
intentaron influir en el sector rural. En el fondo, el ala clerical más
recalcitrante reflejaba el temor que existía de tiempo atrás por la creciente
urbanización que le significaba a la Iglesia la pérdida de poder e influencia
en las curias de las pequeñas poblaciones. El universo restringido de la
parroquia en el campo le permitía al clero una intromisión directa en la vida
de los pobladores. Pero esta influencia se veía menoscabada en las grandes
ciudades donde era más difícil establecer relaciones interpersonales y así
estrechar los vínculos de adscripción a la Iglesia. Una primera reacción del
clero, ante la migración campesina y la modernización del sector rural, la
evidenció el tristemente célebre Miguel Ángel Builes, arzobispo de Santa Rosa
de Osos. El prelado señaló, en 1929, la inconveniente injerencia del Estado en
obras de infraestructura que irremediablemente descomponía al campesinado. De
igual manera, las pastorales del padre se quejaban del peligro en que se
encontraba la fe cristiana ante los avances de la modernización y el
desarrollo. Existía el gran temor de que el campesino, tradicionalmente
conservadurista, tomara posiciones opuestas a las instituciones establecidas
con la entrada del capitalismo y las estructuras del mercado libre en el campo
(De Roux, 1981).
El ala más radical de la
Iglesia, que conducía la Acción Católica, le otorgó grande importancia a la
sindicalización campesina. En 1937, los sindicatos campesinos católicos
comenzaron a proliferar en Cundinamarca. El gobernador del departamento, ante
el giro de los acontecimientos, envió una misiva a Monseñor Perdomo donde
criticaba el adoctrinamiento que se les impartía a aquellos campesinos. En
estos días se ha venido creando una grave y peligrosa situación en algunos
municipios que tiene por causa principal la formación de lo que se llama
Sindicatos Católicos, organizados y dirigidos por los señores curas párrocos,
sindicatos a los que se les han dado una organización casi militar. Tales
sindicatos cuentan con un escalafón de oficiales de Cristo, donde hay una
jerarquía a semejanza de la que existe en el ramo militar. (Gonzalez, 1986).
De allí la muerte de tantos
líderes campesinos, sociales y religiosos entre 2018, 2019 y 2020.
1945, la Acción Católica sería
conducida muy eficientemente por la Comunidad Jesuítica que habría de conformar
la Unión de Trabajadores Colombianos (UTC) en un intento por mediar en los
conflictos laborales en las empresas privadas. El sindicalismo católico surgió
como una expresión anticomunista para ser la competencia de la Central de
Trabajadores Colombianos (CTC) manipulada por el liberalismo.
Hoy por hoy, es difícil
señalar en qué medida influyó la Acción Social Católica, el clericalismo a
ultranza, los sindicatos campesinos, el franquismo y la condenación de los
liberales, en aquella Violencia que se agudizó a partir del 9 de abril de 1948
con la muerte del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán. A raíz de los sucesos
del Bogotazo, importantes prelados señalaron al comunismo y al liberalismo como
los directos responsables de los disturbios. Entre otros, monseñor Crisanto
Luque (Obispo de Tunja), monseñor Gerardo Martínez (Obispo de Garzón Y Monseñor
Builes (Obispo de Santa Rosa de Osos) hicieron estos señalamientos en sus
pastorales. Los preceptos cristianos fueron utilizados como un simple pretexto
para arrogarle un carácter grupista a una lucha que, en el fondo, era una
redistribución violenta de la riqueza y de la tierra. Es probable, también, que
la prédica pastoral beligerante calara hondamente en los sectores conservadores,
exaltando los ánimos. La religión les dio a los asesinos de la violencia toda
una simbología alrededor de la cual realizaban sus fechorías o cometían las
masacres. Los victimarios, organizados en cuadrillas generalmente, iniciaban el
asesinato colectivo con lemas como «Que vivan San Juan y San Pedro», «Viva
Cristo Rey», «Ateos mal nacidos». La jerga utilizada estaba acompañada por la
posesión dé símbolos, fetiches del catolicismo. Los cuadrilleros llevaban en
sus bolsillos estampas de la Virgen del Carmen y del Cristo Milagroso de Buga o
escapularios y medallas al cuello (Gonzalez, 1986).
Las masacres, amparadas por el
supuesto de una «Santa Cruzada», escondían un afán del campesino por ascender
en la escala social ante el bloqueo que representaba la estructura agraria
retardataria y hacendataria. En otras ocasiones, la violencia respondía a una
pugna por el poder local de las regiones y municipios. El resultado evidente de
las fisuras sociales y las necesidades económicas más apremiantes de la sociedad
se manifestaron y buscaron una salida en la violencia. Las cosechas y el ganado
eran robados y las tierras eran compradas a precios irrisorios debido a las
amenazas y el terror. El grueso de la población era carne de cañón en este
conflicto atizado desde los púlpitos con sermones que señalaban, por ejemplo,
que matar liberales no era pecado. De esta manera, el asesino recibía
indulgencias de la Iglesia que sobre el papel era el conductor de los sanos
preceptos de la moralidad de la fe católica.
Para las elecciones de 1949,
el clero se movilizo en los campos haciendo un llamado a la votación
conservadora por medio del sentimiento católico. Laureano Gómez pescó en el río
revuelto del enfrentamiento entre el clero metropolitano y el clero rural. Una
vez más, como en la década de los 30, la Iglesia se convertía en el aparato
ideológico del partido conservador. Indudablemente, la Iglesia colombiana
contaba con una estructura propagandística incomparable para movilizar a los
campesinos. Desde las 150 salas de cine propiedad de la Iglesia, hasta las
publicaciones, pasando por la radio y la predica desde los púlpitos
constituían, en su conjunto, un sistema publicitario fuerte y acabado. Sumado a
lo anterior el apostolado llevado a cabo en Colombia había apuntado hacia la
corporativizacion de la sociedad con organizaciones de derecha como los
sindicatos de campesinos y de obreros, las asociaciones de trabajadores y los
movimientos de juventud, todos guiados por la premisa de la igualdad de clases
antes que su lucha. Dicho adoctrinamiento era altamente conveniente para un
gobierno de extrema derecha que no quería ver expresiones contestatarias y sí
un fuerte apoyo popular
Colombia es un volcán de fuego
desde la división de la Gran Colombia, tierras que el comunismo hoy quiere de
nuevo controlar a través del Foro de Sao Paulo.
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