(Antoni Ferret)
Jesús ignoraba la discriminación femenina típica de aquella sociedad (y de todas). En su grupo misionero itinerante había mujeres, que habían dejado la familia e iban con ellos de pueblo en pueblo predicando el Evangelio.
Sabemos muy poco de ellas, porque los evangelistas, los cuatro hombres, lo escondieron tanto como pudieron. Pero, en la escena del pie de la cruz, no se atrevieron a callarlo. Y dice Mateo: “Había allí muchas mujeres mirando desde lejos.
Habían seguido a Jesús desde Galilea y le prestaban ayuda. Entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos del Zebedeo. ” Pero Mateo aún es muy discreto, cuando dice que “le prestaban ayuda”. Marcos dice exactamente la misma frase. Por una vez han dicho la verdad, pero todavía les da vergüenza decirla toda. Lucas, que es el más popular de los cuatro, menciona la presencia de mujeres dos veces, la del pie de la cruz y otra, en la que lo acaba de decir: “que los ayudaban con sus bienes”.
Es decir: las discípulas, no sólo acompañaban a Jesús y los otros discípulos, sino que eran las que compraban los víveres para todo el grupo. (Me permito decir que, tal vez, una de las mujeres mencionadas por Lucas, “Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes”, sería la que disponía de más recursos. Pero de todos modos el hecho no es extraño: pensemos que las mujeres que habían dejado la familia para seguir a Jesús debían ser despreciadas, consideradas locas, por sus familiares, pero… nunca les dejarían pasar hambre, a pesar de lo que pensaran de ellas. En cambio, los discípulos hombres, una vez dejado el trabajo (la barca, etc.), se quedaban sin nada. Pero… pensemos cómo se debían sentir… Para ellos esto sería como la vergüenza de las vergüenzas. Por eso, cuando podían, ni siquiera las mencionaban.)
Tras la muerte de Jesús, etc., algunas mujeres tuvieron una participación muy activa en la predicación del Evangelio. Lo sabemos, sobre todo, por Pablo, porque es quien más escribió, ya que era el único intelectual del grupo.
Nos menciona, como misioneras destacadas, las siguientes:
Priscila, y su marido Aquila, dirigentes de una iglesia de Éfeso, y más tarde de una iglesia de Roma. Es curioso porque, contra las costumbres de entonces (y de siempre), cuando habla de ellos, a menudo la menciona primero a ella y luego al marido.
Apfia, que, con dos compañeros más, era dirigente de una iglesia situada en su casa.
Lidia, que presidía también una iglesia situada en su casa. [Es decir: cedían su casa para hacer los servicios de una comunidad, ya que no era fácil adquirir una casa para este fin.]
En la misma ciudad que Lidia, había Evodia y Síntica, que parece que Pablo las tenía por importantes.
Cuando Pablo escribe a la comunidad de Roma, da recuerdos para: María, Trifena, Trifosa y Pérside, de las que hace un buen elogio por su trabajo misionero. También saluda a Júnia, a la que llama “apóstol”, y Andrónico, probablemente su marido. Finalmente, dos parejas: Filólogo y Julia, Nereo y su hermana.
En las recomendaciones del final de esta carta, Pablo menciona 15 hombres y 8 mujeres. Hay más hombres, pero, dadas las circunstancias, la proporción de mujeres es alta.
A lo largo de las décadas posteriores a Jesús, la actividad de las mujeres en las comunidades cristianas fue aumentando.
Muchas mujeres veían por primera vez la posibilidad de ser y actuar como si fueran personas normales, como los hombres. Pero… este hecho fue molestando a muchos hombres y, sobre todo, a los abuelos cabezas de familia, que no estaban acostumbrados a esta libertad y actividad femeninas, que no se había visto nunca.
Llegaron a darse acusaciones formales contra las comunidades cristianas en el sentido de que:
“Rompían las familias, perturbaban a las mujeres, subvertían el orden social”.
Y es muy curioso que Pablo, a quien gustaba proclamar que “ya no había judíos ni gentiles, que no había hombres ni mujeres, ni esclavos ni libres, sino todos unos en el Señor”, llegó a decir, ante la mala marejada social, cosas como:
“Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, maridos, amad a vuestras esposas,
hijos, obedeced a los padres, padres, no exasperéis a los hijos,
esclavos, obedeced a los amos, amos, obrad con justicia con los esclavos. ”
Y las comunidades cristianas de las décadas posteriores, y más tarde la Iglesia, se fueron cerrando, poco a poco, sobre todo, a la libertad femenina, y asegurando el predominio masculino. Pero grupos de mujeres, una vez probada la libertad por primera vez en la historia, no estaban dispuestas a renunciar.
De modo que, durante nada menos que dos siglos, el II y el III, hubo un debate, una lucha y un malestar constantes, dentro y fuera de la Iglesia (la llamada “cuestión femenina”).
Grupos de mujeres, dispuestas a todo, no siendo aceptadas como tales, libres e iguales, por la Iglesia oficial, se integraron en grupos religiosos alternativos, debidamente condenados oficialmente, donde hubo mujeres que bautizaban, celebraban misa y enseñaban, tal como sabían hacer y tenían todo el derecho de hacer.
Pero… pasados los dos siglos de lucha, el movimiento se fue desinchando. Y se retornó a una sociedad y a una iglesia precristianas. Y todavía estamos en ella.
Pero todas y todos preparando un nuevo empujón en este sentido. Esta vez SÍ. Ahora la gente es más libre y no tenemos abuelos dictadores, ni tantos lazos familiares.
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