EL TRABAJO CON LA DESESPERANZA

 


Por Joanna Macy
(Extractos de Marianna Garcia Legar del capítulo con ese título del libro "El Mundo como Amor. El Mundo como Uno Mismo" de Joanna Macy).

En un presente en el que estamos bombardeados por señales de infortunio, no hay que sorprenderse, entonces, si sentimos desesperanza, pues esta ha sido bien ganada por la maquinaria de muerte masiva que seguimos creando y a la que continuamos sirviendo. 

Lo que sí sorprende es descubrir hasta donde seguimos escondiendo nuestra desesperanza, tanto a nosotros mismos como a los demás. Sí, tal como lo sugirió Arthur Koestler, esta es una era de ansiedad, es también una era en la que los seres humanos nos hemos vuelto expertos en barrer esa ansiedad bajo la alfombra. Cómo sociedad, estamos atrapados entre el sentimiento de Apocalipsis que pende sobre nosotros y la incapacidad de reconocerlo.

Los activistas que tratan de hacernos tomar conciencia del hecho de que nuestra supervivencia está en juego, condenan la apatía. Sin embargo, la causa de esa apatía no es la mera indiferencia, sino el temor de confrontar la desesperanza que nos acecha subliminalmente bajo un intento de “recuperar la normalidad”. El terror por lo que le está sucediendo a nuestro futuro permanece en los albores de la conciencia, y es demasiado profundo para nombrarlo, y demasiado temible para enfrentarlo. Dados los tabúes sociales contra la desesperanza y el miedo al dolor, rara vez este es reconocido o expresado directamente, y se mantiene acorralado.

Esta negación a sentir se cobra un pesado tributo. No solo hay un empobrecimiento de nuestra vida emocional y sensorial, sino que este entumecimiento psíquico también perturba nuestra capacidad de procesar y responder a la información. La energía que consumimos intentando esconder la desesperanza, la retiramos de usos más creativos, agotando la flexibilidad y la imaginación que necesitamos para tener visiones y estrategias frescas que nos indiquen qué podemos hacer ante esta situación. Más aún, el miedo a la desesperanza puede levantar una pantalla invisible que, de manera selectiva, filtra los datos causantes de nuestra ansiedad. Y justamente ahora, cuando debemos medir urgentemente los efectos de nuestros actos, nuestra atención y nuestra curiosidad decaen, como si ya nos estuviéramos preparando para la extinción.

La desesperanza no puede desterrarse con una inyección de optimismo o con sermones de "pensamiento positivo". Al igual que con el dolor, hay que reconocerla e impregnarse de ella. Esto significa que debe ser nombrada y validada como una respuesta humana normal y saludable ante la situación en la que nos encontramos. Una vez que se la enfrenta y se la experimenta, su poder puede emplearse y liberar nuevas energías, a medida que las defensas congeladas de la psique se derriten. Es algo bastante parecido a lo que se tiene que hacer para trabajar con el dolor; es parecido en la dinámica que desata la voluntad de reconocer, sentir y expresar el dolor interior. Sé, por mí propio trabajo y por el de mucha gente que me rodea, que podemos llevarnos bien con las ansiedades apocalípticas, trabajarlas de manera integradora y liberadora, y a la vez, abrir nuestra conciencia no solo al peligro planetario, sino también a la esperanza inherente a nuestra propia capacidad para el cambio.

En nuestra cultura, hay una especie de tabú social hacia el reconocimiento de la desesperanza ante el futuro, y aquellos que rompen ese tabú son considerados "locos" o "depresivos" y acusados de "miedosos". Nadie quiere tener a una Casandra a su alrededor, y tampoco es agradable tener que representar ese rol.

Cuando las sensaciones producidas por la contemplación de un final (evitable) para la existencia humana se abren paso a través de la censura que tendemos a imponer sobre ellas, estas pueden llegar a ser intensas y casi físicas. Cuando la perspectiva de un suicidio colectivo de la humanidad me acometió por primera vez como una seria posibilidad, no supe que hacer con mi pena. 

Y sin embargo, hasta que no seamos capaces de entrar en contacto con estas sensaciones, estarán paralizados nuestros poderes para dar una respuesta creativa a la crisis que vivimos. Con frecuencia, ese dolor queda suprimido, y no solo es negado porque es socialmente incómodo; sino porque es doloroso y nos cuesta aceptarlo.

El primer paso para trabajar con la desesperanza es que salgamos de la noción equivocada que supone que el sufrimiento por nuestro mundo es patológico. Experimentar angustia y ansiedad a la luz de los peligros que nos amenazan es una reacción saludable. Lejos de ser una locura, este dolor es un testimonio de la unidad de la vida y de las profundas interconexiones que nos relacionan con todos los otros seres.

Nuestra herencia religiosa también puede servir para validar la desesperanza y avalar el papel creativo de este tipo de aflicción. Los profetas del Antiguo Testamento hablan del poder inherente que tenemos para abrirnos al dolor de los demás. En el cristianismo, el símbolo supremo de ese poder es la cruz. La cruz dónde murió Jesús enseña que es precisamente por medio de la apertura al dolor de nuestro mundo, que podemos encontrar redención y renovación.

Los héroes y heroínas de la tradición budista Mahayana son los Bodhisattvas, que renuncian al Nirvana hasta que todos los seres sean iluminados. Ellos pueden oír gracias a su compasión la música de las esferas y comprender el lenguaje de los pájaros. Pero, también, de la misma manera, oyen en el llanto de angustia de los seres que se quejan desde los más ignominiosos infiernos. Las penas se registran y permanecen en el profundo conocimiento del Bodhisattva, que sostiene que no estamos separados unos de otros.

El segundo requisito en el trabajo sobre la desesperanza es permitirnos sentir. Dentro de nosotros hay profundas respuestas a lo que le está sucediendo al mundo, respuestas de temor, tristeza y enojo. Solo debemos abrir nuestra conciencia a estas profundas aprensiones. No podemos experimentarlas sin dolor; sin embargo es un dolor saludable, como el que sentimos cuando caminamos con una pierna dormida y la circulación empieza a moverse otra vez, y nos da testimonio de que el tejido aún está vivo.

Ante mis propios sentimientos de desesperanza, me asaltó la siguiente pregunta: "¿Con qué sustituimos la esperanza?" Siempre di por sentado que la confianza en el futuro era tan indispensable como el oxígeno, y que sin ella -pensaba yo- íbamos a desmoronarnos en la apatía y el nihilismo. Un día hablé con Jim Douglas, el teólogo y escritor que trabaja en la resistencia contra las armas nucleares, y le pregunté: "¿Con que sustituyes la esperanza?". El me miro y sonrío, antes de responderme: "La sustituyo con posibilidades… posibilidades... no puedes predecirlas... solo tienes que hacerles lugar y no dudes que surgirán... hay muchas... infinitas..." Esto nos lleva a cultivar una espera activa en la que podemos aprender a movernos por un sendero cubierto por la niebla, aunque no podamos ver el camino ante nosotros.

El trabajo con la desesperanza no es un emprendimiento para llevar a cabo de manera solitaria. Es un proceso que se emprende en el contexto de una comunidad, aun cuando esta comunidad no esté presente cerca de nosotros en forma física. Con solo saber que nuestros sentimientos son compartidos por más personas, nos sentimos validados y apoyados, y eso nos ayuda. Por ello todos los grupos que han surgido a favor de la vida en la Tierra, la paz y la ecología, y que se basan en las estrategias de la no violencia, establecen el apoyo mutuo como una de las más importantes prioridades para sostener a sus activistas.

Cuando, todos juntos y abiertamente, enfrentamos la oscuridad de nuestro tiempo, tocamos las profundas reservas de fortaleza que están vivas dentro de todos. Muchos temen que la confrontación con la desesperanza traiga aparejada soledad y aislamiento, pero, por el contrario, al soltar las rígidas defensas, surge una comunidad más verdadera. El poder viene de la sinergia del compartir. En comunidad podemos hallar nuestro poder y aprender a confiar en nuestras respuestas interiores para nuestro mundo.

Gaceta editada por Marianna Doña Loba
mariannagaia@yahoo.es

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